domingo, 23 de agosto de 2009

La tensión: Public Enemies & Up

No suele suceder, pero hoy coinciden en las carteleras españolas dos filmes indudablemente comerciales (las cifras de taquilla así lo demuestran), Up y Enemigos Públicos, que han puesto de acuerdo a crítica y público, y que, a su vez, nos invitan a reflexionar sobre el futuro del cine popular (y a secas). Ambas propuestas -y a la espera de lo que nos deparará Avatar- vienen a demostrar que las transformaciones tecnológicas no tienen porque estar enemistadas con los logros artísticos. Es más, aunque nos pese a muchos, históricamente han sido precisamente este tipo de innovaciones técnicas (más que las formales) las que han determinado la evolución del lenguaje audiovisual. Algo que aquí vuelve a ponerse de manifiesto. Porque tanto la textura digital del filme de Mann como el diseño visual de la última obra de Pixar abren nuevos caminos narrativos y prometen (si es que otros se atreven a seguirlos) un futuro vivo para las salas donde los blockbusters recuperen una dignidad que habían ido perdiendo a marchas forzadas durante los últimos años.

No entraré aquí en elucubraciones mercantiles, pero sí me gustaría apuntar un aspecto en común (y que, en parte, explica su éxito) que detecto en las dos películas que nos ocupan. Y me refiero a la tensión que subyace en ambas. Según la primera acepción de la RAE, la tensión es "
el estado de un cuerpo sometido a la acción de fuerzas opuestas que lo atraen". En nuestro caso, ese cuerpo bien podría ser el cine popular (o lo que el espectador espera de éste) que tanto en Up como en Enemigos Públicos parece encontrarse en una apasionante encrucijada en la que, mientras mira de reojo su tradicional polo de atracción: el clasicismo, observa las posibilidades de un territorio fresco e innovador que, en su originalidad, incluso resulta chocante para el público.

Bien es cierto que en la producción de Pixar las concesiones a la tradición son mayores (esos apuntes sentimentales respecto al pasado del chico, ese desarrollo más previsible -pese a agradables sorpresas- del segundo tramo de la historia), pero sólo por el arranque de la película -superior incluso al de Walle- uno ya se da cuenta de las posibilidades reales de una narración más sofisticada que, aun con sus reminiscencias a la etapa silente, logra fluir nueva ante nuestra maltrecha mirada cinéfila.

Por otro lado, en Enemigos Públicos se va un poco más allá y el cineasta de Chicago se atreve a ignorar la psicología, romper con la recreación histórica, optar por los planos cerrados y hasta poner por delante las set-pieces al argumento. Todo ello en un relato donde, además, pretende reflexionar sobre la recurrente figura del mito (tanto real como cinematográfica). Quizás Mann peca de ambicioso (pese al brillante tramo final, su película se encalla en una cierta redundancia tras una avasalladora primera hora) y no logra todos sus objetivos, pero sí construye una de las cintas comerciales más desafiantes y deslumbrantes de este siglo. Pues en ella se percibe una extraña tensión entre lo que una vez fue el cine (el género negro clásico, por ejemplo) y lo que puede llegar a ser gracias a las posibilidades del presente. Consciente de ello, el personaje de Dillinger mira por última vez a su pasado cinematográfico en celuloide (encarnado por Clark Gable) para luego desvanecerse y dar paso a la era digital.

Tanto da que luego en el epílogo en el cuartel de policía se retorne al clasicismo y que en los carteles finales se recurra al historicismo (esa obsesión por explicar el devenir de los personajes reales) porque la jugada del cineasta y del personaje es maestra. Puede que, pese a todo, el hipotético espectador de a pie no salga tan satisfecho como en Up (no le han dado, precisamente, lo que esperaba de un thriller de época), pero sí ha logrado vislumbrar las posibilidades de un cine en constante tensión y que sutilmente se está transformado ante sus ojos.

martes, 11 de agosto de 2009

Transit: deseos cumplidos

Todo nacimiento implica un proceso complejo. Los nueve meses de gestación están llenos de imprevistos y, por mucho que nos esforcemos (nos programemos), la llegada del hijo nunca es en la fecha pensada. Al final, si hay suerte y existe la inestimable ayuda de los médicos (o de los informáticos), este nuevo ser ve a la luz y se prepara para iniciar una vida que esperemos sea larga y fructífero. Éste es nuestro afortunado caso. Nuestro hijo (el de Covadonga G.Lahera, Cristina Álvarez y el de un servidor) ha nacido en la red y, aun considerando que no es todo lo ideal que desearíamos, confiamos en educarlo lo mejor posible y covertirlo en uno de los alumnos más aventajados (y más libres) de la clase cinéfila.

Su nombre es Transit y desde hoy os invitamos a conocerlo. Admite críticas y colaboraciones externas. Sus ideales quedan manifestados aquí, pero el margen de crecimiento es amplio. Cada dos meses estaremos allí. Sin preocuparnos en exceso por la actualidad y sí por los experimentos literarios, las derivas varias y los juegos audiovisuales. Todo por el bien de una revista bimestral que llega en son de paz y con entusiasmo inaudito. Gracias a todos por estar ahí. Y esperemos que la disfrutéis y nos ayudéis a mejorarla.

Transit es ya es una realidad palpable.

Muchos abrazos,
Carles Matamoros

PD: Mis dos artículos en este primer número están dedicados a las conexiones entre Mamma Roma y La calle de la vergüenza y a la extraordinaria obra de Gianikian y Ricci Lucchi.

domingo, 9 de agosto de 2009

Ashes of Time Redux: El pasado de WKW

Barnizando el pasado

(Ashes of Time Redux, WKW, 2008)


Saliendo de la proyección de la insignificante The Broken (Sean Ellis, 2008) en el último festival de Sitges, un amigo vinculado al campo de la realización me advertía que, pese a lo endeble de la propuesta, apenas unos pocos periodistas acreditados habían decidido abandonar la sala en mitad de la sesión. Él atribuía este hecho inaudito a la metalizada fotografía de Angus Hudson que conseguía atrapar al espectador hasta el punto de mantenerlo adherido a su butaca. Pocas semanas antes y, a propósito de una charla post-proyección de El cant dels ocells (2008) en San Sebastián, Albert Serra argumentaba que una de las claves del éxito crítico de Honor de cavalleria (2006) no se hallaba en el relato en sí sino en los fascinantes rostros de sus dos protagonistas. “Nunca te cansarías de mirarlos en primer plano”, aseguraba. Una sensación similar a la causada por este par de ejemplos dispares me invadió al visionar Ashes of Time Redux, un trabajo desigual que, sin embargo, nos invita a reflexionar sobre el poder de atracción de ciertas imágenes ante las que resulta harto difícil apartar la mirada...


Texto íntegro en Miradas



viernes, 7 de agosto de 2009

Amarga Victoria: El melodrama contenido

Siguiendo la sana (y enriquecedora) tradición veraniega, en Miradas publicamos un especial dedicado a una década de la historia del cine. Esta vez son los años 30 e intentantado huir de los lugares comunes hemos preferido optar por una serie de reseñas que no abarquen (todas) las películas más obvias y sí recuperen aquellos títulos que han quedado (semi)olvidados. Yo opté por Amarga Victoria, el único filme de mi lista de preferidas que no aparece en la excelente compilación de 170 películas imprescindibles propuesta por Miguel Marías.

Espero que mi crítica sirva, al menos, para despertaros la curiosidad. Fue un filme que marcó irremediablemente mi adolescencia cuando lo descubrí a altas horas de la madrugada en la televisión y hoy sigue siendo uno de los melodramas más sólidos (y contenidos) que recuerdo. Una pequeña joya.

Abrazos,
Carles