sábado, 9 de agosto de 2008

Una década prodigiosa: Los 40 en Miradas (1)

Pues sí. Ya tenemos aquí la primera parte del ya tradicional especial veraniego de Miradas de Cine sobre una década cinematográfica. Esta vez tocan los años 40 y hemos preferido comentar títulos no tan obvios como de costumbre. Están Ivan el Terrible, El sueño eterno y Los viajes de Sullivan, pero también películas olvidadas como El Gran Calavera, Passionate Friends o Lousiana Story. Aún no me lo he leído completo, pero hay textos de todo tipo y algunos son especialmente sugerentes y reivindicativos como el del legendario Miguel Marías. Mi participación -a falta de un artículo sobre Luna Nueva de Hawks que se publicará en la segunda parte del dossier- se limita a una crítica de Ser o no Ser que os dejo a continuación. Espero haber estado mínimamente a la altura de tan extraordinaria película.

A vueltas con la representación

Me resisto a creer que el nombre de Ernst Lubitsch está siendo olvidado. Pero me temo que es así. La nueva cinefilia —de la que generacionalmente me siento partícipe— no habla ya casi del director alemán y lo considera un buen cineasta más de la era clásica al que no apetece revisar desde el presente. Lo mismo sucede con Ophüls, Tourneur, Ray, Sturges, Walsh o incluso Lean. Autores brillantes que, más allá de un par de títulos míticos (o ni eso), han dejado de cotizar en la bolsa crítica. Una tendencia, ésta, que tiene mucho de aquello de matar al padre (o, al menos, los gustos de éste) y que suele repetirse cada tantos años con nombres distintos. Hoy nos gustan Ozu, Browning, Garrel, Suzuki o Cassavetes. Mañana serán (como lo fueron ayer) Greenaway, Kim Ki Duk, Wong Kar Wai o Kusturika. Y así, infinitamente. Sin embargo, Lubitsch —así lo creo yo— nunca debería haber entrado en este intercambio de cromos. Es —como lo son Hitchcock, Murnau, Ford y unos pocos más— un pilar esencial. Sin sus películas —que llevaron al límite las posibilidades de la comedia dentro de los grandes estudios— hoy no existirían ni Judd Apatow ni Wes Anderson. Ellos —como tantos otros comediantes— le deben mucho a un hombre que, al alcanzar la máxima sofisticación posible dentro de los límites del clasicismo, abrió las puertas a otro tipo de sensibilidades humorísticas. Ninotchka, Un ladrón en la alcoba o Una mujer para dos nacieron para quedarse y sería muy absurdo que ahora las olvidásemos. Es cierto que el género ha mutado, pero las comedias de Lubitsch —de indudable importancia artística e histórica— no deberían quedarse como lujosas piezas de museo. Necesitan —como toda película— de un espectador que las (re)interprete. Y, en parte, de ahí nace nuestro interés por recuperar un filme tan comentado como Ser o no Ser. Se trata, quizás, del único clásico de Lubitsch que aún es realmente popular, pero eso no es motivo suficiente para dejarlo de lado. Pues pensamos que nunca está de más volver a escribir sobre una película, aplicarle nuestra propia mirada e incorporarla a los diálogos del presente mientras cuestionamos su vigencia.

Más interesante si cabe es nuestra misión cuando el título en cuestión es el más representativo de la apasionante carrera de Lubitsch. El director berlinés tiene un montón de comedias geniales, sutiles e irónicas. Pero ésta es, seguramente, la que trasciende a todas ellas, el punto álgido de su filmografía. Desde el primer paseo del Hitler-actor por Varsovia, el espectador ya intuye que el cineasta maneja un juego de representaciones más complejo de lo habitual. Las normas sagradas de Lubitsch se han roto con la llegada de la Segunda Guerra Mundial y las tensiones que antes latían en el fuera de campo resuenan ahora en primer término. Lo terrible alcanza dimensiones desconocidas, los enredos amorosos se revelan triviales y lo que resultaba una disputa de un trío, pasa a ser un conflicto que afecta a toda la comunidad. El horror nazi ha llegado y el director alemán no puede más que advertir a sus personajes —y por ende al público que convive con ellos— de lo que está sucediendo. Los rostros afectados de Maria Tura y su aviador dejan claro el posicionamiento moral de quien los dirige. Mientras ambos filtrean por segunda vez en el camerino, les llega la noticia de la guerra y, consecuentemente, no pueden más que conmocionarse. El cineasta sabe que la discusión de los amantes ya no tiene interés. La realidad se ha entrometido en la calma de la ficción y la bombardea. Desde ese momento, Lubitsch se ve obligado a transformar coherentemente su filme. Y lo que parecía una comedia romántica ubicada en los albores de la guerra, se convierte en una sátira social e individual sobre los responsables de ésta.

La crítica a los nazis de Ser o no Ser (aplicable a todo sistema autoritario) se basa sobre todo en dos mecanismos humorísticos: la imitación y la repetición. Al usar frases idénticas en diversas situaciones o en una misma escena e insistir con movimientos miméticos —como el de la mano alzada para saludar—, el cineasta consigue ridiculizar a los que llevan a cabo las acciones con gags a largo plazo y por acumulación. Mientras que al seguir el mecanismo de la imitación, el director plantea una reflexión mucho más amplia que va ligada al que es el gran tema de su filmografía: las apariencias. Lubitsch, que incluso en sus filmes más ligeros demostró ser un analista certero de los comportamientos sociales, propone en esta película un juego complejo de capas en el que varias identidades se superponen como muñecas rusas. Con disfraz o sin él, los personajes principales actúan camaleónicamente a varios niveles según la situación en la que se encuentran. A veces interpretan a otra persona, en ocasiones fingen ser quien no son para conseguir lo que quieren y, casi siempre, dicen indirectamente lo que piensan para guardar las apariencias. Sus acciones no son juzgadas por el cineasta que, huyendo de maniqueísmos, se atreve a retratar sin connotaciones negativas a los individuos nazis (resultan simpáticos, nunca les vemos matar a nadie). Todo ello sin rebajar la fuerza del mensaje contra el sistema hitleriano y con la intención de hacer explícita —y exagerada— la importancia que la representación tiene en la vida humana en general y en los regímenes fascistas en particular.

Entre otros juegos de apariencias, en Ser o no Ser asistimos a las calculadas coreografías del Führer y su ejército en el teatro, a los constantes cambios de máscara (y de guión) de los miembros de la resistencia y a las contradicciones de unos soldados alemanes que, siguen fielmente a su líder, pero, a su vez, se ríen de él a sus espaldas. Situaciones, éstas, que ayudan a configuar un filme tan delirante como inapelable. Una pieza maestra que, pese a poner en evidencia su artificio —se representa la invasión de Polonia en un plató, con intérpretes que conversan en inglés y sin violencia explícita—, consigue desenmascarar la realidad desde la ficción, desvelar la esencia de la hipocresía humana a través del sentido del humor. Sólo por ello ya merecería la pena revisar la película pensando en el mundo de hoy. Más de uno se llevaría una agridulce sorpresa.

2 comentarios:

M. Jordan dijo...

Y a mi que Lubitsch me sigue pareciendo uno de los indiscutibles... Creo que ha envenjecido increíblemente bien y que, como bien dices, más de uno se llevaría una (grata) sorpresa si le diera una oportunidad.

Buen comentario, aunque me ha sabido a poco ;) ¡¡Quiero más!!

Carles Matamoros dijo...

Pues claro que sí. El cine de Lubitsch no es que no haya envejecido, es que ha rejuvenecido!

El texto podría ser más largo...si algún mecenas me pagase por ella. ¿Te animas tú? ;)