viernes, 30 de enero de 2009

Herzog/ 70s/Nosferatu & Aguirre

En Encuentros en el fin del mundo, el más reciente documental de Werner Herzog, el veterano cineasta alemán se enfrentaba a los límites de su propia existencia, a las comprensibles cuestiones metafísicas que todo ser humano debe afrontar durante la brevedad de su vida. Lo hacía, tal como siempre ha sido habitual en él, en un lugar remoto, alejado de la “contaminación” de la sociedad y sin otro equipaje que el saber acumulado tras años de viajes y descubrimientos. Era una nueva experiencia -vital y cinematográfica- propia de un verdadero antropólogo del cinematógrafo que ya en la década de los 70 demostró un progresivo interés por lo inalcanzable, por lo inaprensible. Hoy, la aparición en dvd de dos de sus más aclamadas obras de aquellos tiempos -Aguirre, la cólera de Dios y Nosferatu, el vampiro de la noche- nos permite vislumbrar, con mayor claridad, los primeros pasos en el camino emprendido por Herzog hacia las fronteras de la naturaleza humana.


Ambos filmes de ficción comparten, por ejemplo, un origen a caballo entre el mito y la realidad. Lope de Aguirre existió, sí, pero su historia no se desarrolló precisamente como nos la cuenta Herzog. Lo mismo puede decirse de un personaje tan excéntrico como la Condesa Báthory, inspiradora del célebre clásico literario de Bram Stoker y aquí ser vampírico encarnado por Klaus Kinski. El director de Munich demostraba con estas decisiones, por tanto, un interés por la reconstrucción histórica teñida de una cierta irrealidad y, asimismo, se mostraba muy permeable a las formas del documental que enriquecían la puesta en escena de unos relatos que se revelaban libres, espontáneos, propios de las corrientes renovadoras planteadas por lo que se vino a conocer como el “Nuevo Cine Alemán”. Sin embargo, más allá de las tramas y de las leyendas que envolvían los dos filmes -con metafóricos castillos encantados en ruinas y paraísos inexistentes como El Dorado-, lo que, quizás, no se detectó en su momento fue el espíritu de búsqueda que subyacía en sendas propuestas y que hoy se revela clarificador para el espectador que ha seguido atentamente la trayectoria de Herzog.


No sabemos si era consciente de ello, pero el responsable de Grizzly Man filmaba ya sus primeras películas para descubrir, para comprender. No se limitaba a contar una historia que le apetecía. Se dedicaba, también, a mostranos el documento de su propio viaje, su extrañamiento ante lo registrado y su fascinación -casi panteista- por la naturaleza y por la relación de ésta (y viceversa) con los seres humanos que intervenían en ella. No son casuales, por tanto, los muchos tiempos muertos que sabotean y enriquecen ambas producciones: rostros humanos quizás cansados por el propio rodaje, insertos de las corrientes del río, de las danzas de las nubes y de las lianas de la selva, ratas y monos escapando del agua. Instantes robados por la cámara, atmosféricos, que nos obligan a adoptar una mirada alucinada, contemplativa, y que tienen mucho que ver con una cierta “poética del misterio” que Herzog ha propuesto tantas veces en su filmografía. Así, pese a seguir siendo deudoras de ciertos códigos narrativos, tanto Nosferatu, el vampiro de la noche como, sobre todo, Aguirre, la cólera de Dios, siguen atrapándonos hoy por su considerable número de planos bellos en su rareza -un caballo solitario en el bosque, un funeral celebrado como un banquete, un barco en la copa de un árbol- que nos obligan a interrogarnos sobre el mundo que nos rodea y que nos dejan tan consternados como lo estaba aquel pingüino suicida que andaba sin rumbo hacia el abismo en una de las secuencias más enigmáticas de Encuentros en el fin del mundo.

3 comentarios:

Sandra M. dijo...

Aunque Aguirre me parece un hueso duro de roer la verdad es que Herzog es un tipo que me cae bastante bien. Al estilo von stroheim hace lo que le viene en gana por muy ambiciosa o disparatada que pueda ser su idea. Es una actitud que admiro muchísimo, independientemente de que sus películas me puedan gustar más o menos. Imagino sus rodajes extenuantes, desquiciantes y peligrosos... Por lo que tengo entendido kinski murió a consecuencia de una enfermedad derivada de las mordeduras de los monos que había sobre la balsa hacia la parte final de Aguirre... Una relación amor-odio fascinante por otra parte la que existía entre director y actor (por mucho que yo deteste al segundo).

No fui a ver Encuentros pero en la filmoteca avanzaron para este '09 un ciclo dedicado a los documentales de Herzog, así que habrá que estar al tanto para no perderselo.

Un saludo.

Carles Matamoros dijo...

Hola Sandra,

No sabía yo lo de los monos y Kinski. Si es así, la leyenda de este tipo crece con el tiempo. A ver si reviso, por cierto, pelis de Stroheim. Casi no he visto nda suyo y este tipo de cineastas tan ambiciososos y desmesurados siempre me han interesado por el arrojo que demuestran en sus propuestas.

Saludos

pat dijo...

Particularmente, el mejor dracula, no exenta de cudeza y romanticismo extraño en la justa medida