miércoles, 17 de septiembre de 2008

Una década prodigiosa: Los 40 en Miradas (y 2)

Ya tenemos aquí la segunda parte del completo dossier que en Miradas hemos dedicado a los años 40. Esta vez hay textos generales muy interesantes y, en breve, se podrán ver las votaciones. Por mi parte, he escrito un artículo de Luna Nueva (His Girl Friday) que os dejo a continuación. Sin duda estamos ante un clásico de Howard Hawks ineludible y perfectamente válido en el presente. Os pongo también mí top 15 particular (sin ningún orden determinado) de esta década:

The Fountainhead (Vidor)
His Girl Friday (Hawks)
Notorious (Hitchcock)
Scarlet Street (Lang)
The Body Snatcher (Wise)
Brief Encounter (Lean)
Double Indemnity (Wilder)
To Be or Not to Be (Lubitsch)
The Little Foxes (Wyler)
Banshun (Ozu)
Germania anno cero (Rossellini)
The Maltese Falcon (Huston)
The Thief of Bagdad (Berger/Powell/Whelan)
The Lady from Shangai (Welles)
The Strange Love of Martha Ivers (Milestone)

De la levedad a la miseria

No es que a Howard Hawks le fascinasen los animales, pero, viendo algunas de las escenas de sus comedias, bien podría parecerlo. Un oso robándole la motocicleta a Rock Hudson. Cary Grant intentando atrapar un felino con una red para cazar mariposas. Ginger Rogers comportándose como una mocosa tras beberse una pócima preparada por un mono. Es tal la osadía humorística de este cineasta que más de un espectador despistado podría confundirle con un realizador menor o, aún peor, familiar. Aunque contar con fieras y mascotas entre el reparto sólo fuese, en realidad, una de las muchas artimañas que Hawks gastaba para conseguir lo que más buscaba cuando quería ser divertido; ridiculizar a sus endiosadas estrellas. Y es que este director clásico nunca resultó pretencioso en sus comedias, ni tan siquiera profundo. Su humor siempre fue más físico que intelectual, primando la levedad deliciosamente maliciosa sobre la trascendencia. Tal búsqueda de la ligereza, alejada de la complejidad de otros ases del género como Lubitsch o Wilder, alcanzó incluso a Luna Nueva, quizás su comedia más recatada y, a su vez, afilada junto con Bola de fuego.

No hay en esta adaptación teatral los gags disparatados de La fiera de mi niña o Su juego favorito, pero sí un tratamiento frívolo de aspectos tan candentes como la pena de muerte o la corrupción política. Hawks se lleva el texto de Hecht y MacArthur a su terreno con un hábil cambio de sexo. Hildy es una mujer y no un hombre. Y lo que tenía que ser una película sobre el periodismo y la amistad, se convierte en una atípica comedia romántica. La visión miserable del trabajo de la prensa —certera y acorde con lo que hoy serían los fisgones televisivos— está presente durante toda la acelerada narración hasta un irónico prólogo nos lo recuerda—, pero la película no esconde una simpatía hacia unos profesionales que dedican casi todas las horas de su vida a un oficio tan sacrificado como excitante. Una profesión en la que, sin embargo, se abusa de la mentira e incluso la crueldad. Y es que, en el fondo, Rosalind Russell no es tan diferente a la Uma Thurman de Kill Bill (aunque admito que se trata de una comparación un tanto disparatada, no es tan descabellada como parece. Más si sabemos que Quentin Tarantino —según se puede ver en las listas de Sight and Soundconsidera Luna Nueva una de sus diez películas favoritas). Como la heroína tarantiniana, la periodista de Hawks es una action-woman incapaz de cambiar de piel. Aunque lo niegue, la apacible vida de casada no está hecha para ella. No puede dejar de atacar con su pluma como la Mamba Negra no puede dejar de matar con su espada. Y Cary Grant, como David Carradine, está ahí para recordárselo. Su personaje, el editor Walter Burns, quizás no llegue tan lejos como el de Bill, pero usará también los medios más bajos —adecuados a su condición de despiadado periodista— para retener a su empleada favorita de la que —como siempre sucede en estos casos—, ¡oh sorpresa!, está además enamorado.

En tal conflicto, fuente de innumerables equívocos, radicará casi toda la gracia de la magnífica función, una genuina guerra de sexos en la que sorprende ver a una mujer que, a principios del siglo XX, se comporta como una profesional moderna, libre e independiente. Tal fuerza del personaje femenino quizás heredada del original masculino— ayuda a que Luna Nueva siga siendo un título plenamente gozoso (y hasta políticamente correcto) en estos tiempos de paridad, pero es la maestría de Hawks lo que convierte el filme en un trabajo superior a otros de similares como Primera Plana, el sólo apreciable remake de Billy Wilder. Y es que si bien formalmente esta obra no se distingue demasiado de la mayoría de producciones hollywoodienses de su tiempo —la cámara es invisible, no hay apenas exteriores fuera del estudio y sólo destaca el travelling en la secuencia de la redacción—, la dirección de actores y los diálogos ametralladores —unos se superponen encima de los otros transmitiendo un caos periodístico perfectamente calculado en el que el espectador nunca se pierde y siempre mantiene la atención— convierten Luna Nueva en una de esas películas que apetece revisar una y otra vez.

La locura que representa su visionado y la citada ligereza que Hawks propone ante temas graves —un hombre va a morir colgado y lo único que molesta a los periodistas es el ruido de los vigilantes mientras prueban la horca— hacen de este filme un delirante tour de force plagado de detalles que apenas se perciben mientras uno ve la película por primera vez. Desde la elección del vestuario Cary Grant es el único personaje que va de blanco, destacando sobre el resto de periodistas que van de negro— hasta los matices en las interpretaciones —en uno de los pocos momentos de calma, durante la comida entre los tres personajes principales, Grant mira de reojo y con satisfacción al prometido de Hildy cuando ve que ya lo ha engañado y que su plan está en marcha—. Sin olvidar tampoco el tono ácido del guión y la malicia de un director que consigue incorporar en una comedia romántica, con inevitable —aunque sorprendentemente rápido y abrupto— final con beso, un discurso cínico y descreído que descalifica a todas las instituciones públicas y roles familiares que desfilan por la pantalla.


Pues siendo fiel a sí mismo
y sin necesidad de subrayar los toques “autorales” ni de esconder el orígen teatral del texto—, Hawks consiguió una pieza maestra que desde la levedad sigue arrastrándonos a la miseria.

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