martes, 11 de noviembre de 2008

JCVD o la identidad de Van Damme

Identidad(es)

Ante todo, sinceridad. No formo parte de la generación que creció con el cine de los action heroes —léanse Stallone, Schwarzenegger, Norris o Seagal— ni disfruto en demasía de producciones que he podido revisar de esa época como son Rambo: Acorralado (Ted Kotcheff, 1982) o Depredador (John McTiernan, 1987). Esto, lo admito, me convierte en un espectador limitado ante una propuesta como J.C.V.D. que, en un primer visionado, no pude valorar en su justa medida. Después de informarme y de darle muchas vueltas al tema a estas alturas ya toda la comunidad cinéfila conoce de pe a pa la intríngulis del filme en cuestión—, decidí darle una segunda oportunidad a la película y el experimento funcionó. Lo que antes me parecía la maniobra guionizada de una estrella en decadencia, ahora me resultaba un golpe inaudito de honestidad. Lo que, por momentos, veía como un ejercicio formal exhibicionista y vacuo, ahora se revelaba como una muestra de talento propia de un director neovirtuoso. Sí, definitivamente, me había equivocado. Y, en este artículo, no me quedaba otra que dar la razón al resto de la crítica y aceptar que, aún siendo parcialmente fallido, el nuevo filme al servicio de Jean Claude Van Damme era (y es) realmente interesante. A eso vamos, entonces.


¿En qué senda cinematográfica se enmarca J.C.V.D.? ¿Qué límites ha traspasado Mabrouck El Mechri con su primer filme? Bien, si echamos un vistazo a la tercera acepción con la que el diccionario de la RAE define la palabra “identidad” leeremos lo siguiente: “Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás”. Una definición que nos da algunas claves para comprender el terreno en el que se mueve la propuesta que nos ocupa. Van Damme está (o parece) confundido. No distingue entre la vida pública y la privada, entre el icono cultural y el padre de tres hijos, entre la ficción y la realidad. De esa confusión identitaria (real o no) surge esta película que es, al mismo tiempo, una reflexión metalinguïstica, un docudrama egocéntrico y un thriller tradicional. En contra de lo esperable, esta mezcolanza posmoderna de géneros no impide que estemos ante una pieza compacta que, si bien decae por momentos —todo lo referente al atraco es un simulacro sin nervio ni interés de filmes como Tarde de perros (Sidney Lumet, 1975)—, funciona como una suerte de anti-biopic de acción. Si uso esta extraña etiqueta lo hago sólo para ubicar J.C.V.D. en un terreno genérico aún por explorar, en uno donde la pieza de El Mechri —me aventuro a afirmar— podría resultar una película fundacional, seminal incluso.


Es cierto que existen otros trabajos con los que esta obra guarda una relación tangencial como son las diarreicas (en el buen sentido del término) Fellini, ocho y medio (Federico Fellini, 1963) o Takeshis' (Takeshi Kitano, 2005). O que, a lo largo de la historia del cine, se han concebido muchos filmes desde El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950) hasta las cintas al servicio de Elvis Presley— donde la identidad de la persona real también se confundía con la del personaje ficticio. Pero J.C.V.D. es otra cosa. Además de una película con innumerables guiños a la cinefilia —los diálogos sobre John Woo y Steven Seagal, la impagable secuencia con la taxista, las conversaciones de Jean Claude con un atracador que se comporta como su fan más acérrimo—, ésta es una obra que da una sincera e inaudita posibilidad de réplica a la estrella filmada. Un filme de ficción que, sin necesidad de ser completamente fiel a los detalles que conforman la vida de su actor protagonista, permite que éste se redima de algún modo ante sus espectadores y confiese su versión personal sobre su carrera profesional y su imagen pública. El Mechri se muestra muy explícito en este sentido —con una secuencia en la que Van Damme rompe con el relato, se eleva a los cielos (vía grúa) y se explaya hasta llorar ante la cámara (1)—, pero, aún sin quererlo, abre una senda para que otros cineastas traten el mismo conflicto identitario desde otros puntos de vista.


Por ahora, ya hemos visto el caso más sutil —aunque también ligeramente fallido— de Mickey Rourke interpretando un papel muy parecido al de su vida (y alcanzando la redención como actor/persona) en el The Wrestler de Darren Aronofsky y a la vuelta de la esquina nos espera la que promete ser una delirante comedia de terror titulada My Name is Bruce en la que el intérprete de serie B Bruce Campbell dirige, protagoniza y hace también de sí mismo en la ficción. Se trata, quizás, de dos ejemplos aislados y no del todo precisos. Pero esperemos que, por el bien de la cinefagia, se aproveche el filón y se sigan dando este tipo de filmes en el futuro. J.C.V.D. no puede quedarse sólo como una curiosa rareza. Nos negamos rotundamente a aceptarlo.


Nota 1.El director se expresa así sobre esta escena en concreto: “Jean Claude quería contar muchas cosas sobre él y tuvimos que enfrentarnos a un problema: él quería ser franco con él mismo, necesitaba un momento de intimidad. Me pidió no cruzar la mirada con los demás, fue por esta razón que decidí hacer el movimiento de grúa, él se elevaba y no cruzaba su mirada con nadie. Lo cierto es que Jean Claude Van Damme es un personaje tan complejo que es imposible resumirlo en una hora y media”. El fragmento forma parte de una entrevista de Violeta Kovaksis publicada en el número de noviembre de este año de la revista de cine online Contrapicado.net.


Artículo publicado en la sección de críticas de Miradas de Cine

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