lunes, 29 de marzo de 2010

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jueves, 11 de marzo de 2010

Imamura, otro (re)descubrimiento

Artículo publicado en Cinearchivo

PACK SHOHEI IMAMURA

Unos meses atrás, nos congratulábamos de la recuperación por parte de Avalon de tres títulos de juventud de Seijun Suzuki. Ahora le llega el turno a otro célebre autor japonés, Shohei Imamura, reconocido en Europa por títulos como La balada de Narayama (1983) o La Anguila (1996), pero indudablemente relevante ya durante la década de los 60 donde alcanzó altas cotas de innovación formal dentro de lo que se conoció como la “nueva ola” nipona.



The Insect Woman (1963)

Tome nace en el Japón rural en un invierno de 1918. La pobreza marca su existencia y su padre, Chuji, un hombre con un considerable retraso mental, es quien se encarga de cuidarla. Entre ambos surge una relación con apuntes incestuosos que permanecerá latente durante todo un relato que gira alrededor del papel de la mujer en un país que, tras la dolorosa derrota en la Segunda Guerra Mundial, deberá enfrentarse a los retos de la vida moderna.


Quizá por un exceso de pereza cinéfila o porque existe algo de verdad en ello, la historia del cine suele dividirse en dos etapas muy marcadas: el clasicismo y la modernidad. Ambas, según los cánones tradicionales, no habrían nacido aún durante el período primitivo y entrarían en una etapa de disolución a partir del auge de la posmodernidad en los 80. Un filme como The Insect Woman serviría, al menos, para poner en duda esta distinción “eurocéntrica”, pues se trata de un trabajo marcadamente híbrido que bebe tanto del más moderno de los clásicos japoneses (Yasujiro Ozu) como de los aires renovadores que recorrían el cine mundial por aquellos años. Ubicar a Imamura es, por tanto, un ejercicio crítico de lo más complejo; pues limitarse a constatar las (posibles) influencias de la nouvelle vague no es más que quedarse en la epidermis de su estilo que parece ser hijo tanto de una cierta tradición estética como del estado turbio de las cosas.


El arco histórico japonés plasmado en su película -desde la decadencia del sistema feudal a la boda real televisiva, pasando por la traumática rendición del Emperador Hirohito- no es ya el centro de la narración, sino más bien el runrún de fondo (que emerge, abruptamente, en imágenes documentales) que condiciona el devenir de unos personajes que se mueven en un contexto mutante, pero que dirimen sus conflictos en la privacidad del hogar, quedando lo público en la lejanía. Tome, la protagonista, no deja de ser una extensión del insecto (y por ende de la condición de la mujer en su país) que aparece en la primera secuencia del filme y que lucha, no sin dificultades, por seguir su camino en un terreno montañoso. Su esfuerzo no será el de la mujer sufridora y sacrificada sino el de la que sabe que, para sobrevivir, es necesario adaptarse. Por mucho que sus comportamientos -como los de cualquier otro animal- disten de lo modélico y nos acerquen a una visión de la condición humana cruda y desencantada.


El relato ya advierte varias de las singularidades estilísticas que irá desarrollando Imamura que aquí plantea un filme río formado por densas cápsulas vitales que expiran con la congelación de la imagen y que vienen a ser una precisa síntesis de la variante trayectoria de una mujer que supera el estatus de víctima y que, aprovechando las transformaciones sociales, alcanza el de verdugo. El cineasta, confiando en la participación del espectador, no juzgará tales acontecimientos que narrará en espacios marcadamente cerrados -la profundidad de campo no impide la sensación claustrofóbica que invade el filme- y que acabarán conjugando un sutil recorrido -con incluso pequeños apuntes de una turbadora carnalidad- sobre el papel del matriarcado en la formulación de la sociedad japonesa moderna.


Intentions of murder (1964)

Sadako es tratada como una criada por su marido que, antes de ver a ella como una compañera, la considera poco más que un cuerpo (de una sirviente poco atractiva) en el que depositar sus impulsos sexuales. Violada, asimismo, por un ladrón que irrumpe en su casa cuando su marido está ausente, Sadako intenta escapar de la desesperación mientras descubre inesperadamente su sexualidad y duda entre suicidarse, asesinar al raptor o ir en su búsqueda para recuperar el tan ansiado deseo.


La sinopsis podría despistar a más de uno, pero este no es un filme que encuentre en la sumisión sexual de la mujer una solución a las aspiraciones de esta. Más bien todo lo contrario. Algo que queda patente desde la primera secuencia de Intentions of murder. Aquella en la que la cámara deambula por una casa que parece vacía y en donde, sin embargo, se advierte el ambiente enrarecido, viciado, en el que trascurrirá un relato que parte de una imagen aterradora, la de una rata blanca doméstica que no parece inmune al ambiente opresor cuando da vueltas, irremediablemente atrapada, en su jaula.


El personaje aquí recluido es, de nuevo, una mujer. En este caso, una ama de casa que, en parte por su educación represiva, en parte por su físico poco llamativo, parece incapaz de huir de la herencia fantasmal de sus antepasadas (“Siempre me regañan por una abuela a la que nunca conocí”, llega a exclamar en una desesperada voz en off) y escapar de una existencia aletargada y deprimente a la que Imamura, partiendo del cliché -la familia aburrida y estereotipada, con suegra molesta incluida- , sabrá imprimir un giro de lo más sugestivo que dará lugar a una compleja reflexión sobre el deseo, la envidia y la muerte. Todo ello, en un fresco de 150 minutos que requiere una cierta implicación del espectador que asistirá a un relato cronológico y pausado, saboteado por flashbacks -que surgen a modo de inesperados flashes de la protagonista-, y que no escatimará algunos apuntes excéntricos más presentes en otros trabajos del japonés como Agua tibia bajo el puente rojo (2001).


Narrado al ritmo de los trenes que pasan cerca del hogar de Sadako, el filme viene a recordarnos que Imamura fue discípulo de Ozu y que, como aquel, se mostró extremadamente riguroso en lo que se refiere a la puesta en escena, cuidando al detalle cada uno de sus encuadres. Aun así, los instantes más memorables del filme no se producirán durante sus también célebres planos fijos interiores sino más bien en un par de tramos exteriores: el asombroso travelling y la posterior persecución / enfrentamiento entre los amantes en el ferrocarril, y las dos muertes -una trágica y presumible, otra rotunda e inesperada- que acontecen tras la huida por la nieve. Es en aquellos instantes cuando la emoción -casi siempre contenida; pues lo melodramático se ausenta de la ficción- estallará en el plano, rompiendo en pedazos las vidas de los protagonistas y advirtiendo la arbitrariedad de la existencia mientras, a su vez, se celebran las bajas pasiones y el amour fou como remedio al tedio diario.


The Pornographers (1966)

Subu es un realizador de cine porno casero. No considera nada negativo en su profesión ilegal porque le sirve para pagar su piso y ayudar a su compañera sentimental, Haru, y los hijos de esta. La pareja de Subu, sin embargo, no consigue desligarse de las ataduras con su fallecido marido, que piensa que se ha reencarnado en una carpa que le regaló antes de morir.


Sólo una estrategia comercial puede explicar el título occidental de este filme que, tal como se apunta en el subtítulo de la edición estadounidense, es más bien una introducción a la antropología que un relato dedicado a los pornógrafos. La anécdota que sirve de punto de partida al extraño devenir de Sabu, el personaje protagonista (que asegura, entre otras perlas, que realizar porno es ser “un asistente social” y que él “es mejor que un cura” para solventar ciertas necesidades), funciona de un modo ejemplar en el retrato de lo intrínsecamente “japonés” que desarrolla Imamura.


Buena parte de sus filmes, tal como confesó en varias ocasiones el director, no son fácilmente inteligibles si nos basamos sólo en el análisis de la puesta en escena (“el lenguaje universal del cine”, según célebre declaración de Jacques Rivette); pues el contexto cultural se nos antoja esencial en este caso para “comprender” los comportamientos de algunos individuos que bien podrían resultar arbitrarios para el espectador occidental. The Pornographers es, por esa razón, una película ciertamente difícil de aprehender; más si consideramos su tono jocoso que, por momentos, la aleja de otras producciones de cariz más “realista” del propio Imamura.


Considerando que estamos ante un trabajo que requiere más de un visionado, estimamos que se trata de una propuesta ciertamente singular, incluso en la variada trayectoria de su realizador. En apariencia, por su cariz místico -esa carpa en la que parece reencarnarse el difunto marido de Haru- recuerda a la posterior La anguila (1996). Si bien, el título que nos ocupa no tiene la acentuada comicidad de esta última. Se trata, entre otras muchas cosas, de una suculenta indagación en la cuestión económica y en su importancia en las relaciones entre japoneses (y seres humanos, en general). En una de las primeras secuencias del filme, los hijos de la compañera sentimental de Sabu valoran a este sólo por su contribución monetaria a la familia, ignorando su papel afectivo como padrastro y novio de su madre.


La hipocresía de tal declaración se irá confirmando en la segunda mitad del filme, en la que el protagonista sufrirá el escarnio familiar por la dudosa reputación de su profesión. Imamura seguirá, pese a su constante distanciamiento de los hechos, con cierta empatía la trayectoria de un Sabu que se alejará de la sociedad en búsqueda de una solución a las carencias afectivas de los hombres japoneses -le veremos incluso como un mad doctor construyendo una muñeca hinchable automática deseada por una multinacional- mientras se pregunta cómo retornar a su vida pasada.


Encuadrando constantemente a los personajes en espacios cerrados y cuadriculados -puertas, ventanas, peceras (¡)-, el cineasta antecederá los límites de unos personajes que parecen atrapados en una sociedad en transformación -la prohibición de la prostitución no es un tema baladí- que tiende a encerrar a los individuos marginales. Estos, incapaces de salir del cuadro, se convertirán en protagonistas de otro filme en un genial giro meta-cinematográfico que amplia aún más las lecturas de esta peculiar The Pornographers. Un título que bien serviría para demostrar el indudable talento estético de su realizador.