viernes, 15 de julio de 2011

Amer, en el especial de Terror de Miradas

Lo podéis leer aquí y forma parte del especial terror siglo XXI


Amer

Escopofilia cinéfila

Descubro, con cierta sorpresa, que escasean en internet las referencias a la escopofília; una patología estudiada por Freud y que “sufrirían” aquellos que se excitan al mirar abiertamente a otras personas que practican relaciones sexuales. El desuso del término bien podría ligarse a la absoluta implantación de otro concepto próximo —el voyeurismo— que describe un trastorno similar en el que, sin embargo, el mirón (el peeping tom) no se deja ver y opta por esconderse. Es decir, mientras los escopofílicos gozan públicamente de su deseo; los voyeurs lo satisfacen en privado, tras la mirilla de una puerta. Dos comportamientos distintos ante un instinto similar —el de mirar— que, como se ha escrito ya, son análogos a las actitudes del espectador cinematográfico frente a un filme.

En el caso de Amer (Hélène Cattet y Bruno Forzani, 2009) no tengo dudas: sufro escopofilia. Y ello se debe, en buena parte, al placer colectivo —que no culpable— que experimenté junto a otros tantos espectadores en la sesión de Sitges donde descubrí la película. No fue solo mi primera vez sino también la más significativa porque, en ella, compartí mi gozo desatado, mi orgasmo sensorial. Ver ahora el filme en casa es, claro, otra cosa; aunque, pese a todo, el deleite se repite. Puede que, en apariencia, mi experiencia solitaria se acerque más al vouyerismo onanista —ese que hoy todos practicamos frente a la pantalla de nuestros ordenadores—, que a la antes citada catarsis de la sala oscura, pero el filme es tan generoso con la vista y el oído que logra superar mi (nuestra) timidez. Es más: me incita a gozar de lo que veo (casi) como si de sexo se tratase y a compartirlo con ustedes sin vergüenza alguna. ¡Que les zurzan a los frígidos!

Pero... ¿de qué estamos hablando? De una obra visceral y desatada. De una relectura con toques surrealistas del giallo. De filtros de colores —rojo, azul, verde. De un ejercicio estético desbordante —picados, ralentís, zooms, primerísimos primeros planos y deformaciones. De una verdadera plástica de los cuerpos —femeninos, maleables y porosos. De un concierto de gemidos —olviden los diálogos. De una oda a lo líquido —sudor, sangre, agua. De un ejercicio abstracto y carnal que estalla ante nuestros ojos. De un polvo infantil entre Eros y Tánatos. De sexo, muerte y deseo.

Todo ello es Amer, un filme escurridizo, elíptico y elusivo que nos seduce antes por lo que transmite que por lo que cuenta. No nos interesa, pues, tanto la vida de Ana (su infancia, su adolescencia y su madurez) como su percepción; su mirada subjetiva del mundo tangible (y onírico) con la que podemos identificarnos. La cámara, poseída por los sentidos de la protagonista, lo sabe y alude (en un juego de mostrar/ no mostrar) a nuestra curiosidad visual y sonora. Por ello, se detiene en el registro hipersensible de los detalles que ella percibe: el roce de la tela con su piel, un peine cercando su sexo, el rugido de una motocicleta, el sudor en un rostro bello, el viento en sus pechos, el crepitar de una puerta... Lo esencial es mostrar (que no narrar) su universo introspectivo, su despertar sexual y su interacción con lo que le rodea. El triunfo formal es absoluto.

Los planos son breves, cortantes y repentinos; los sentimos antes que los comprendemos. Forman todos parte de un montaje fragmentado en el que apenas hay tiempo para contemplar la belleza de cada una de las cuidadas secuencias. Sin embargo, Cattet y Forzani saben que, a veces, conviene detenerse al son de una melodía italiana de los setenta y gozar de los sentidos. Solo entonces (en un paseo juvenil, en un viaje en coche) a Ana se le permite soñar —y a nosotros con ella, en su interior— con que el instante placentero sea eterno, con que el tiempo se suspenda, con que la viveza de los colores perdure, con que el deleite físico sea algo más que un intenso preludio de la muerte...

No puede ser. Y ello, claro, nos lo dicen ojos de distinto pelaje que surgen durante toda la función. Ojos aterrados. Ojos seductores. Ojos perplejos. Ojos doloridos. Pocas son las películas que sacan mejor partido a la mirada que Amer y solo se me ocurren tres posibles referentes: la navaja de Un perro andaluz (Un chien andalou, Luis Buñuel y Salvador Dalí, 1929), la expresividad de los Ojos sin rostro (Les yeux sans visage, Georges Franju, 1960) y la mirada en el tiroteo final de El bueno, el feo y el malo (Il buono, il brutto, il cattivo, Sergio Leone, 1966). Tanto da. Porque estamos ante un obra maestra que nos mira y a la que miramos; ante unos directores (¡menudo debut!) que van un paso más allá del reciclaje refinado de un género; y ante un filme que agrede nuestra mirada, la rasga y la destruye cuchillo en mano. El placer escopofílico está garantizado, sí, pero les aviso que serán vistos y juzgados por Amer: no se admiten voyeurs en este viaje.


miércoles, 25 de mayo de 2011

El Aullido de Ginsberg

Aquí os dejo unas notas resultantes de la lectura de Aullido, el célebre poema de Allen Ginsberg y del visionado de la correcta película que cuenta su vida: Howl. El texto se ha publicado en Cinearchivo.

Howl: las entrañas de Allen Ginsberg

Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas, histéricas, desnudas.” Sí, lo hizo. Allen Ginsberg fue una de ellas, de esas mentes, y ya en los primeros versos de Aullido (Howl) escupe una oración en defensa de los suyos: Neal Cassady, Jack Kerouak, William S.Burroughs y, claro, Carl Solomon, compañero de manicomio, a quien dirige su poema. Todos están ahí, en sus delirios, en sus paseos por el infierno, en sus versos sincopados, en su dolor y en su éxtasis. “Con sueños, con drogas, con pesadillas que despiertan, alcohol y verga y bailes sin fin”. Que nada se detenga. Que la jerga contamine al arte. ¡Jeringuillas! Que el arte sea la vida. Que la vida no sea más que una lucha por expresarse, por la libertad, por amar. Ginsberg amó. Ginsberg escribió. Ginsberg fue juzgado por ello. Y venció. Sus poemas no eran obscenos sino redentores. Explícitos. Deslumbrantes. Lo siguen siendo hoy: “que vagaron por ahí y por ahí a medianoche en los patios de ferrocarriles preguntándose dónde ir, y se iban, sin dejar corazones rotos”. ¿Dónde van? ¿Hacia dónde iban? ¿Por qué huían en la carretera? ¿Vagabundos o hipsters? Jazz.

¿Qué es la Generación Beat? -le pregunta un periodista a Ginsberg. Él responde: “No existe la Generación Beat, solo es una tropa de tipos tratando de ser publicados”. Pues eso. No le den más vueltas. Ni ahora ni en 1956. Huyan del cliché, de la categorización, del encasillamiento. Sí, cruzaron el país antes que nadie. Sexo a tutiplén. Comunismo. LSD. Bebop. Literatura. ¿Herederos de Walt Whitman? Maleantes. Carretera. Vagos. Héroes. Poetas. ¡Libres! “que se quemaron los brazos con cigarrillos protestando por la neblina narcótica del tabaco del Capitalismo”. Un paso adelante. ¿Antisistemas? Pero de verdad y no buenistas. La película de Jeffrey Friedman y Rob Epstein -Howl- habla de ellos y, cómo no, tiene sus hallazgos: animaciones lisérgicas que encarnan los versos, mixtura de géneros, defensa irredenta de la libertad de expresión (y de la sexual) y, sobre todo, apoyo a la declamación poética. Y es que a Ginsberg no se le lee... ¡se le recita! El filme es eso: una plasmación -a veces tosca, a veces reiterativa, a veces de postín, a veces bella- de su poesía más célebre. ¡Y qué poesía! Tan críptica como bella, tan escurridiza como sentida. Pregunta del abogado bienpensante a un crítico literario: “¿Entiende usted qué significa 'Hipster con cabezas de ángel ardiendo por la antigua conexión celestial con el estrellado dínamo de la maquinaria nocturna'?” Respuesta clarividente: “Señor, usted no puede traducir la poesía en prosa”.

Insistamos en ello: Aullido (y sus otros poemas; publicados por Anagrama) no deben ser leídos en la intimidad del hogar sino aullados en el bar, escupidos en la carretera, gritados a pleno pulmón en el pub... Solo así viven, tienen sentido. Rugen. James Franco es, quizás, demasiado guapo, demasiado impoluto, para el papel de Ginsberg. Pero recita y logra expresar aquella máxima del poeta: “Le debes hablar a tu Musa como le hablarías a un amigo, como te hablarías a ti mismo”. Sin filtros. Sin eufemismos. Sin gilipolleces. A la cara. Con nombres y apellidos. Y eso “que se dejaron follar por el culo por santos motociclistas, y gritaban de gozo”. Y claro que luego “copularon extáticos e insaciables con una botella de cerveza un amorcito un paquete de cigarrilos una vela y se cayeron de la cama, y continuaron por el suelo y por el pasillo y terminaron desmayándose en el muro con una visión del coño supremo y eyacularon eludiendo el último hálito de conciencia”.

Es poesía. Sí. Aunque duela. Por eso mismo. “No querría que lo leyeran mis padres”, dice Ginsberg. Pues claro. Él estuvo allí. En el abismo. ¡Junto a Carl Solomon! “Estoy contigo en Rockland donde estás más loco de lo que yo estoy” ¡Despidiéndole en su lecho! “Estoy contigo en Rockland donde gritas en una camisa de fuerza que estás perdiendo el juego del verdadero ping pong del abismo”. Muerte. Pero también vida. Y deseo. Y plegaria: “¡El mundo es santo! ¡El alma es santa! ¡La piel es santa! ¡La nariz es santa! ¡La lengua y la verga y la mano y el agujero del culo son santos!” Todo es santo. Sí. No me cabe ninguna duda. ¡Y santo es el propio Ginsberg! ¡Santa es su voz! Le vemos cascado, barbudo, ya mayor (murió en 1997), pero su aparición es el milagro final de Howl, este digno no-biopic donde vocifera a la audiencia sus entrañas. ¡Léanlo, pero, ante todo, recítenlo! Pónganse en su piel. Aunque no le entiendan. Y si les sobra un rato: vean la película.

*Todos los versos incluidos en este texto pertenecen al poema Aullido de Allen Ginsberg


lunes, 9 de mayo de 2011

Una revelación íntima

Sostiene Alain Bergala que casi todo cinéfilo tiene una primera revelación íntima ante la pantalla en la que descubre que el cine va a formar parte para siempre de su vida. A mí, como a tantos otros, me ocurrió algo parecido. El título en cuestión fue Parque Jurásico, que asaltó mi infancia. Años después, la revelación se completaría descubriendo Mulholland Drive en mi adolescencia. De amobos casos, del relato de esa experiencia personal, hablo en el especial que Contrapicado ha preparado sobre la revelación íntima de muchos de los que nos dedicamos a escribir sobre cine. Si quieren cotillear, lean mi texto. Los hay, eso sí, de firmas mucho más veteranas y jugosas. No se pierdan tampoco la entrevista a Bergala. Un lujo.

sábado, 26 de marzo de 2011

Transit 9, online

Pues sí, ya son nueve números y el proyecto Transit sigue creciendo día a día en esfuerzo, lucha y pasión. La única razón por la que seguir escribiendo es el placer de hacerlo y en esas estamos. Tanto los que empezamos en un lejano agosto de 2009 como los que, poco a poco, se van subiendo al barco. A las firmas habituales se han sumado, esta vez, nuevos colaboradores e incluso hemos publicado nuestro primer texto en inglés por aquello de respetar la versión original del escritor (también está traducido al castellano, eso sí). Espero que os interese(n) alguno(s) de nuestros artículos. No es fácil levantar (y mantener) un proyecto sin ánimo de lucro, pero un lector (un espectador) ya es suficiente recompensa.

Nos vemos (o leemos),
Carles

Índice Transit 9

PANORÁMICA
1.
Misterios de Lisboa (Adrian Martin)
2. Somewhere (Miguel Blanco)
3. Cisne negro (Daniel de Partearroyo)
4.
36 vues du Pic Saint Loup (Faustino Sánchez)
5
. El extraño caso de Angélica (Sergio Morera)
6
. The Eclipse (Mônica Jordan)
7
. La belle endormie (Eduardo Guillot)
8.
Oki’s Movie (Paula A. Ruiz)

CIRCUITO
9
. Crónica de XL Róterdam (Covadonga G.Lahera)
10. Tres cortos de Róterdam: Maddin, Jacobs y Caouette (Paula A. Ruiz)
11. Punto de vista 2011 (Laura Menéndez y Daniel de Partearroyo)

12. Animac Lleida 2011 (Antoni Peris)

RE/VISIONES
13. Berlanga: Caída del imperio austrohúngaro (Alberto Moreno)
14. Los motivos de Berta (Óscar Navales)
15. The Corner: David Simon antes de The Wire (Carles Matamoros)


DERIVAS
16. Revelación y desmitificación en el cine reciente (Alejandro Díaz)
17. La basura sublime (Julius Richard)
18
. La cabellera rubia (Paula A. Ruiz)
19. La cabellera morena (Cloe Massotta)

20
. Contra la nostalgia: revisando Movie mutations (Manuel Yáñez)


EXPOSED CINEMA
21
. Dando a luz: partos cinematográficos (Julius Richard + Covadonga G. Lahera)
22. El fotógrafo del pánico / La captive / A erva do rato (Cristina Álvarez)
23. Grandrieux-Epstein-Deren (Cloe Masotta)


martes, 22 de marzo de 2011

La mitad de Óscar, en Dirigido Por

Este mes me encargo de la reseña de La mitad de Óscar el número 409 de Dirigido Por. ¡No os la perdáis!

"(...) Una escena define el nuevo camino tomado por el cineasta español: aquella en la que tres personajes se pierden paseando por la rocosa Costa de Gaba. En ella, los planos son cortantes, las figuras del trío se convierten en siluetas, el espacio se vuelve abstracto para el espectador, y el rugido del mar guía los movimientos de los individuos. No se escucha una sola palabra y es el contacto físico, el choque de los cuerpos con los elementos, el que de algún modo explica lo que está ocurriendo. Con un atrevimiento inaudito en su filmografía, Martín Cuenca incluso se detiene fascinado en mitad del trayecto para observar la nuca de Echegui, su cabellera mecida por el viento. Un plano, este, donde lo bello y lo enigmático vencen a lo obvio, convirtiendo el cine en una materia viva, palpable (...)"


martes, 15 de marzo de 2011

Miradas, 100 números


Ya está aquí el resultado de muchas horas de trabajo. 100 números y 100 artículos sobre los cineastas preferidos de la redacción de Miradas.net. Un libro, señores, son palabras mayores. Me alegro de haber aportado mi grano de arena con tres de los artículos sobre tres de mis directores predilectos: Hou Hsiao Hsien, Jacques Tati y King Vidor.¡Que lo disfrute quien pueda hacerse con él!

lunes, 7 de marzo de 2011

Reflexiones desde el festival de Róterdam


(...) Se debe volver atrás, repensar el cine y el territorio sobre el que este se construye. Ciertos directores estadounidenses trabajan en esa línea y estudian el terreno de su país preguntándose cómo deben filmarlo y qué queda en él de generaciones de antaño. Alumna aventajada del gran documentalista-ensayista Thom Andersen (responsable de la genial Los Angeles Plays Itself y también presente en Róterdam como miembro de un jurado y con su sugestivo corto Get Out of the Car) Lee Anne Schmitt se unió a Lee Lynch para realizar Last Buffalo Hunt, su segundo trabajo tras la excelente California Company Town (2008). Si en aquel documental trabajaba sobre las ruinas de los pueblos-dormitorio californianos que antaño sostuvieron empresas, aquí se enfrenta a un pasado todavía más remoto, al de los pioneros que se dedicaban a cazar búfalos en la Norteamérica salvaje...

Extracto de la Crónica del XL Rotterdam Internacional Film Festival en Miradas de Cine.

viernes, 11 de febrero de 2011

Nueva web de periodismo: Pâgina 0

Hoy ha nacido La Pâgina 0, una web centrada en el reporterismo independiente que también dará cobijo a propuestas un tanto más ligeras. El primer número, en estos tiempos duros para el periodismo de guerrilla, es prometedor al tratar algunos contenidos alejados de la agenda de los media. La publicación, que es bilingüe -catalán y castellano se alternan sin miedo-, dedica una pequeña sección al cine donde participo con dos textos.

1.Reseña de Más allá de la vida de Clint Eastwood (català)

2.Apuntes sobre la producción en el festival de Róterdam (en català)

jueves, 3 de febrero de 2011

Imamura y Bataille

Se siguen editando estupendas pelis de Shohei Imamura y esta vez tocan dos de sus obras más (re)conocidas: Lluvia negra y La balada de Narayama. Ambas tienen reseña en la sección de dvds de Cinearchivo. De la primera se encarga Tomás Fernández Valentí. De la segunda de ellas, un servidor. Es una de sus películas más accesibles, pero no por ello deja de ser un trabajo personal y muy subyugante.

La balada de Narayama

Tomada en su conjunto, la vida es el inmenso movimiento que componen reproducción y muerte. La vida no cesa de engendrar, pero es para aniquilar lo que engendra”. Demoledores palabras, las que Georges Bataille dejó por escrito en su ensayo El erotismo (1957), pero del todo pertinentes para plasmar el pensamiento del gran cineasta japonés Shohei Imamura, expresado en esta notable obra que es La balada de Narayama, quizás su película más reconocida en occidente.

Si uno se fija en los singulares motivos temáticos de este autor -del que Avalon lanzó un apetecible pack con tres de sus títulos primerizos (y brillantes) de los sesenta: The Insect Woman, Intentions of Murder y The Pornographers-, detectará que en su cine existe una preeminencia de lo animal, en tanto que Imamura no sitúa a la especie humana muy por encima del resto de las bestias. Somos, pues, para él, parte de ese “inmenso movimiento” al que se refiere el filósofo francés y, por mucho que nos esforcemos, no podemos escapar de nuestra verdadera condición primigenia. En esas se encuentran los personajes que habitan en la aldea remota del siglo XIX en la que se sitúa La balada de Narayama en donde, una y otra vez, la reproducción y la muerte se repiten en toda su crudeza. Es innegable que el trabajo, las prohibiciones y las creencias de los aldeanos japoneses les alejan ligeramente de los animales -que, en la concepción de Bataille, viven en el libre albedrío-, pero, aun así, sus métodos de subsistencia -que van del infanticidio al geronticidio- no dejan de confirmarnos que el hombre, en caso de no cubrir sus necesidades básicas, vuelve a ser animal.

Que un recién nacido sirva como abono de un arrozal o que un anciano sea abandonado (excusas espirituales mediante) en una montaña nevada para mantener el perfecto equilibrio en una población faltada de alimentos no debería, pues, escandalizarnos. La película no lo pretende. Porque, antes que armar un discurso de denuncia, Imamura opta por el análisis antropológico. Y sus logros, en este sentido, son considerables. La mirada del cineasta japonés es tan científica como cercana y nunca se impone a un espectador que asiste, con limpieza expositiva, a los acontecimientos -tan brutales como rutinarios- de una comunidad impregnada por la naturaleza circundante y, a su vez, marcada por la (i)lógica de una serie de ritos y costumbres que, a su manera, ayudan a hacer más llevadera la existencia de sus miembros disimulando que esta llegará algún día a su fin.

“La ley es la ley. Los sentimientos no mandan”. Orín, la anciana protagonista, asumirá su muerte cuando pida a su hijo ser llevada a la cima de Narayama para fallecer en paz. Su sacrificio voluntario puede resultar incomprensible para el espectador de hoy -ella, para más inri, está perfectamente sana y aún es “útil” para la sociedad-, pero no deja de ser la asunción de una norma; la muestra de una fe ciega en las leyes humanas frente a las naturales. Un gesto, en definitiva, sereno en su irracionalidad y que, aun siendo consecuencia de una tradición cruel, tiene mucho de valiente. Una valentía de la que, en ocasiones, carecen el resto de personajes del filme que tienden a comportarse literalmente como animales. Hasta el punto que Imamura se permite la licencia de trazar, con indudable lucidez y cierto sentido del humor, constantes paralelismos visuales entre sus actos cotidianos -sexuales y violentos, principalmente- y los del resto de especies habitan en la zona -ratas, aves, peces, búhos, polillas, zorros, ranas, etc. Las diferencias son aterradoramente mínimas.

Algo que me lleva a pensar que, mientras descubre las bajezas humanas en determinadas condiciones, el cineasta japonés respeta plenamente la decisión -¿el suicidio?- de Orín. Sabe que no hay vuelta de hoja: somos egoístas y, básicamente, nos reproducimos y morimos. Y, ante esta perspectiva, solo vislumbra dos opciones: la dignidad -ese abrazo entre madre e hijo- y la espiritualidad -ese reencuentro con los fantasmas-. Ambas se encuentran en esta anciana que condesa los conflictos de una película que no envejece y que, a su vez, permite lecturas imaginativas. Estudiar el rol de la serpiente como animal simbólico-mágico sería una de ellas...


martes, 25 de enero de 2011

¡Transit 8 online!

Hola compañeros. Me enorgullece compartir con vosotros el octavo número de Transit, en el que participo con dos artículos: dedicados a L'Alternativa 2010 y a la virtualidad de las imágenes. A continuación, el índice:

Panorámica
La vida sublime (Cristina Álvarez)
Meek's Cuttoff (Miguel Blanco)
Tourneé (Gerard Alono)
Tuesday, After Christmas (Daniel de Partearroyo)
Des dieux et des hommes (Lucía Miguel)
Todos vos sodes capitans + entrevista a Oliver Laxe (Víctor Paz)
The Temptation of St. Tony (Daniel Mourenza)
My Joy (Antoni Peris)
Film socialisme (Ricardo Adalia)

Circuito
-Artículo colectivo Gijón 2010
1. La presencia de la ausencia: Eugène Green y sección oficial: (Víctor Paz)
2. Pelis de adolescentes: Putty Hill, Cold Weather, Tilva Rosh (Daniel de Partearroyo)
3. Apropiaciones, robados, cazadores de imágenes: Raza remix, Stardust, Diane Wellington, Martin Arnold (Laura Menéndez)
4. Resurrecciones: Morir de día, Until the next resurrection y Putty Hill (Cristina Álvarez)
-L'Alternativa 2010 (Carles Matamoros)
-Viajo porque preciso, volto porque te amo (Covadonga G.Lahera)
-La bocca del lupo (Cristina Álvarez)

Revisiones

-Eugène Green (Ricardo Adalia)
-Akerman y Beauvoir (Ana Calpena)
-Reynold-Reynolds (Daniel de Partearroyo)

Derivas
-Des filles en noir: Eros y Tanathos (Mônica Jordan)
-Lo real y lo virtual en tiempos de guerra (Carles Matamoros)
-Eugène Green-Arcade Fire (Sergio Morera)

Exposed Cinema
-Los reyes magos: John Ford, Albert Serra... (Horacio Muñoz Fernández)
-Mosaico del sueño (Kansas Sire)
-Variaciones Hong Sang-soo (Laura Menéndez y Daniel de Partearroyo)

lunes, 10 de enero de 2011

Especial The Wire, en Miradas


Hoy se ha publicado el especial dedicado a la serie The Wire en Miradas. Los artículos son jugosos y variados. Por mi parte, me encargo de comentar tres capítulos -"All prologue" de la segunda temporada, "Hamsterdam" de la tercera, y "Know your place" de la cuarta- y de hacer una semblanza del David Simon periodista.

Espero que os interesen los textos que ha compilado Óscar Brox, coordinador de esta sección encargada del mundo televisivo. Aquí os dejo el artículo breve que he dedicado al capítulo 3x04, Hamsterdam.


Quedémonos con la primera imagen: un tapiz de la Santa Cena. Inmediatamente después la cámara se desliza hacia abajo y nos muestra a un policía intentando convencer al vecindario reunido —estadísticas en mano— de los esfuerzos que su cuerpo está llevando a cabo para frenar el tráfico de drogas en el barrio. Sin éxito. Deberá subir “Bunny” Colvin al estrado, cual redentor anunciado en el plano inicial, a hablar claro y dejar intuir su revolución: la creación de Hamsterdam. Es decir, la legalización de la venta de estupefacientes en una zona controlada de Baltimore. La ingenuidad (o la osadía) del teniente no choca sólo con la propia realidad —en la que, pese a todo, se pueden conseguir logros mínimos— sino con un cierto estado de las cosas en la ciudad, donde el vacío de poder da lugar a la irrupción de dos nuevas figuras en el mundo de la droga y de la política: Marlo y Carcetti. Aquí conoceremos los métodos del primero, que se mueve con un cinismo mayor al que antaño conoció el veterano “Cutty” Wise que, si bien es incapaz de rehabilitarse como jardinero (luego tendrá un gimnasio), no parece del todo cómodo en el nuevo juego. Un juego más duro (Marlo, el ejecutor fantasma) y más sofisticado (Stringer, el promotor inmobiliario). Un juego que puede seducir a “Cutty” con las luces de una improvisada discoteca, con el olor del humo o con los pechos de una prostituta, pero que tiene fecha de caducidad. Y es que en la nueva era se muere joven y se vive al día. Mientras, de fondo, eso sí, resuena aquella célebre frase de El Gatopardo que tan bien define la estructura cíclica de The Wire: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.