Se ha discuto mucho a propósito de la progresiva implantación de internet como herramienta democratizadora (y gratuita) de la cultura (y aquí me refiero, sobre todo, a la música y al cine), pero, a estas alturas, son tantos los agentes implicados en la batalla que uno no sabe dónde posicionarse sin meter la pata hasta el fondo. Es cierto que los consumidores nos aprovechamos claramente de la situación y de que disponemos de una serie de recursos para acceder al arte que eran inimaginables un par de décadas atrás, pero no creo que este panorama nos haga tan culpables como muchos gobiernos e instituciones nos quieren hacer ver. Más que nada porque las desfasadas leyes no se han adaptado aún al nuevo estado de las cosas y porque, hoy por hoy, nos encontramos ante una situación anómala, de impasse, de transición hacia nuevos terrenos (que no creo que tengan demasiado que ver con las tan cacareadas 3D) en los que (me temo) volveremos a pagar de un modo u otro por lo que consumimos.
Las más perjudicadas por el nuevo paradigma parecen ser las grandes productoras y discográficas que, en general, no ven con buenos ojos los cambios que se están produciendo en el mercado y se acercan peligrosamente al abismo. Algo que no tiene porque acabar con el consumo de arte en sí porque existen soluciones más o menos imaginativas que pasan tanto por los grandes acontecimientos (festivales o conciertos), por la publicidad (ahí tenemos el ejemplo de youtube) o por lo que Alejandro Díaz define acertadamente como la gorra digital, en referencia a una mayor conexión -sin apenas intermediarios- entre creador y espectador.
Por mi parte, sigo siendo un amante de las salas de cine y prefiero los vinilos a las descargas mp3, pero no puedo más que rendirme ante las ventajas de la situación actual. Ventajas que permiten la existencia de iniciativas tan loables como Europa film treasures, una web pública, gratuita y legal en la que se pueden ver numerosos cortos experimentales restaurados con subtítulos en varios idiomas. Un verdadero avance de lo que podremos encontrar en un futuro no demasiado lejano: bibliotecas virtuales con todas las películas y discos que deseemos a un precio simbólico. Cuando lleguemos a ese punto, la pregunta será clara: ¿quién querrá pagar el carnet de socio después de haber tenido todos los productos gratis durante tantos años?
Las más perjudicadas por el nuevo paradigma parecen ser las grandes productoras y discográficas que, en general, no ven con buenos ojos los cambios que se están produciendo en el mercado y se acercan peligrosamente al abismo. Algo que no tiene porque acabar con el consumo de arte en sí porque existen soluciones más o menos imaginativas que pasan tanto por los grandes acontecimientos (festivales o conciertos), por la publicidad (ahí tenemos el ejemplo de youtube) o por lo que Alejandro Díaz define acertadamente como la gorra digital, en referencia a una mayor conexión -sin apenas intermediarios- entre creador y espectador.
Por mi parte, sigo siendo un amante de las salas de cine y prefiero los vinilos a las descargas mp3, pero no puedo más que rendirme ante las ventajas de la situación actual. Ventajas que permiten la existencia de iniciativas tan loables como Europa film treasures, una web pública, gratuita y legal en la que se pueden ver numerosos cortos experimentales restaurados con subtítulos en varios idiomas. Un verdadero avance de lo que podremos encontrar en un futuro no demasiado lejano: bibliotecas virtuales con todas las películas y discos que deseemos a un precio simbólico. Cuando lleguemos a ese punto, la pregunta será clara: ¿quién querrá pagar el carnet de socio después de haber tenido todos los productos gratis durante tantos años?
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