No suele suceder, pero hoy coinciden en las carteleras españolas dos filmes indudablemente comerciales (las cifras de taquilla así lo demuestran), Up y Enemigos Públicos, que han puesto de acuerdo a crítica y público, y que, a su vez, nos invitan a reflexionar sobre el futuro del cine popular (y a secas). Ambas propuestas -y a la espera de lo que nos deparará Avatar- vienen a demostrar que las transformaciones tecnológicas no tienen porque estar enemistadas con los logros artísticos. Es más, aunque nos pese a muchos, históricamente han sido precisamente este tipo de innovaciones técnicas (más que las formales) las que han determinado la evolución del lenguaje audiovisual. Algo que aquí vuelve a ponerse de manifiesto. Porque tanto la textura digital del filme de Mann como el diseño visual de la última obra de Pixar abren nuevos caminos narrativos y prometen (si es que otros se atreven a seguirlos) un futuro vivo para las salas donde los blockbusters recuperen una dignidad que habían ido perdiendo a marchas forzadas durante los últimos años.
No entraré aquí en elucubraciones mercantiles, pero sí me gustaría apuntar un aspecto en común (y que, en parte, explica su éxito) que detecto en las dos películas que nos ocupan. Y me refiero a la tensión que subyace en ambas. Según la primera acepción de la RAE, la tensión es "el estado de un cuerpo sometido a la acción de fuerzas opuestas que lo atraen". En nuestro caso, ese cuerpo bien podría ser el cine popular (o lo que el espectador espera de éste) que tanto en Up como en Enemigos Públicos parece encontrarse en una apasionante encrucijada en la que, mientras mira de reojo su tradicional polo de atracción: el clasicismo, observa las posibilidades de un territorio fresco e innovador que, en su originalidad, incluso resulta chocante para el público.
Bien es cierto que en la producción de Pixar las concesiones a la tradición son mayores (esos apuntes sentimentales respecto al pasado del chico, ese desarrollo más previsible -pese a agradables sorpresas- del segundo tramo de la historia), pero sólo por el arranque de la película -superior incluso al de Walle- uno ya se da cuenta de las posibilidades reales de una narración más sofisticada que, aun con sus reminiscencias a la etapa silente, logra fluir nueva ante nuestra maltrecha mirada cinéfila.
Por otro lado, en Enemigos Públicos se va un poco más allá y el cineasta de Chicago se atreve a ignorar la psicología, romper con la recreación histórica, optar por los planos cerrados y hasta poner por delante las set-pieces al argumento. Todo ello en un relato donde, además, pretende reflexionar sobre la recurrente figura del mito (tanto real como cinematográfica). Quizás Mann peca de ambicioso (pese al brillante tramo final, su película se encalla en una cierta redundancia tras una avasalladora primera hora) y no logra todos sus objetivos, pero sí construye una de las cintas comerciales más desafiantes y deslumbrantes de este siglo. Pues en ella se percibe una extraña tensión entre lo que una vez fue el cine (el género negro clásico, por ejemplo) y lo que puede llegar a ser gracias a las posibilidades del presente. Consciente de ello, el personaje de Dillinger mira por última vez a su pasado cinematográfico en celuloide (encarnado por Clark Gable) para luego desvanecerse y dar paso a la era digital.
Tanto da que luego en el epílogo en el cuartel de policía se retorne al clasicismo y que en los carteles finales se recurra al historicismo (esa obsesión por explicar el devenir de los personajes reales) porque la jugada del cineasta y del personaje es maestra. Puede que, pese a todo, el hipotético espectador de a pie no salga tan satisfecho como en Up (no le han dado, precisamente, lo que esperaba de un thriller de época), pero sí ha logrado vislumbrar las posibilidades de un cine en constante tensión y que sutilmente se está transformado ante sus ojos.
5 comentarios:
Interesante conexión entre "Mamma Roma" y "Akasen chitai". También estaría bien hacerla con "Bubu" de Bolognini o "The killing of a Chinese bookie" de Cassavetes.
Suerte con Transit.
Hola Jesús,
Gracias por los ánimos! Si quieres animarte a hacer una conexión para Transit, ya sabes. Mándanos un mail, los fotogramas y un texto breve y estaremos encantados de contar con tu participación.
No he visto Bubu...Me la apunto!
Saludos,
Carles
"Bubu" o "Bubú de Montparnasse", creo que ambos títulos son válidos, es la obra cumbre de Mauro Bolognini y una de mis películas favoritas, como puedes comprobar en
http://1linereview2.blogspot.com/2009/05/jesus-cortes.html
Es una historia de amour fou que concecté con la película de Cassavetes y con tu artículo básicamente por una escena en la que el personaje de Ottavia Piccolo, una prostituta, disfrutaba de una fiesta con sus amigos, también de "baja estofa", mientras Piero la observa a través de una ventana. Como en el final de "The killing of a chinese bookie", hay una especie de alegría por pertenecer a algo (un club de mala muerte de Los Ángeles en el caso del film de Casavettes), aunque mal visto a los ojos de la sociedad. Encontrar ese pequeño lugar en el que sentirse a gusto, aunque los demás piensen que lo que haces es degradante; no lo es más que dejarte la piel en un trabajo que odias o guardar las apariencias a diario para no estrangular a los que te subordinan o te miran como si fueras inferior.
He visto por fin el film de Mann y yo pondría un poco en cuarentena las supuestas "innovaciones" que Mann alcanza. Es un film bastante clásico y realmente bueno sin necesidad de valorar como tan importantes unas cuantas cosas quizá un poco llamativas pero ¿realmente podemos hablar de "paso adelante" cuando ahí fuera hay gente como Raya Martin soliviantando reglas?
Quizás tengas razón, Jesús. Yo hablaba más bien refiriéndome al marco del cine popular-comercial-mainstream. Sin ser una propuesta rompedora, la película de Mann creo que apunta nuevas vías que, sin romper del todo con la tradición, le dan un aire nuevo. Pero, bueno, necesitaré más de un visionado para confirmarlo.
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