viernes, 27 de junio de 2008

Fritz Lang en América

Aprovechando que la filmoteca catalana está pasando un estupendo ciclo dedicado a la carrera del cineasta austríaco en Estados Unidos, cuelgo aquí una crítica de una de sus películas más infravaloradas, Encubridora. No está al nivel excelso de Perversidad, Furia o La mujer del cuadro, pero es un western más personal y atípico que Western Union o El retorno de Frank James. No os la perdáis, ahora ya se encuentra en dvd.

Un western "made in Lang"

No hay que esperar mucho en la trama para descubrir quién se esconde detrás de este western antiépico, cerrado y esencialmente psicológico. La huella de Fritz Lang, ese viejo lobo austríaco, se percibe ya en la primera secuencia de Encubridora que dialoga formalmente con el impresionante arranque de M, el vampiro de Düsseldorf (1932), primer filme sonoro del maestro vienés. Dos pistoleros se disponen a perpetrar un atraco y uno de ellos asesina a la joven que se encuentra dentro del banco. Tras el juego de miradas (y sombras) entre agresor y víctima, la cámara se dirige al exterior y el espectador sólo escucha un grito y un disparo. La violencia es, como en el primer secuestro del infanticida de Düsseldorf, en off y uno sólo puede intuir la presencia del mal que siempre permanece escondido. Además, en la escena, un niño inocente mientras juega enfrente del banco será pervertido también por el mundo adulto y se convertirá en testigo involuntario de lo ocurrido. Vern Haskell (impávido Arthur Kennedy) iniciará entonces la búsqueda del asesino de su futura esposa; un trayecto solitario en el que el mal yacerá en un pequeño rancho mejicano donde sólo parecen seguirse las leyes de su propietaria.

Aunque el western fue siempre uno de los géneros preferidos del Lang espectador («Poseen una ética muy simple y muy necesaria. Es una ética que no se señala mucho porque los críticos son demasiado sofisticados. Quieren ignorar que es necesario amar a una mujer realmente y luchar por ella», Cahiers du Cinéma, número 99), lo cierto es que, en Encubridora, el director austríaco descuida los arquetipos del Far West y se centra en las relaciones de los tres personajes. Mediante colores de textura apagada, sin filigranas visuales y con una economía narrativa propia de la serie B, la primera mitad de la película es sólo un prólogo un tanto reiterativo y rutinario para ubicar al espectador en el conflicto que implica al triángulo protagonista. Ni paisajes rocosos, ni persecuciones, ni diligencias, ni indios. Ni tan siquiera buenos o malos. Sólo individuos complejos, marcados por el amor, la venganza y la codicia.

Un trovador musical omnisciente como el de Algo pasa con Mary o Izo, pero invisible es el elemento más llamativo durante la búsqueda de Vern. Hasta el punto que las estrofas de sus canciones serán las que describan las acciones más relevantes del protagonista, un tipo tan tozudo como solitario que sólo se desviará (temporalmente) de su objetivo cuando conozca a la ya decadente cabaretera Altar Keane (Marlene Dietrich), amante del legendario forajido Frenchy (Mel Ferrer). El encuentro se producirá en el rancho regentado por Keane (El Ckuck-a-Luck del tema principal y el título que tenía previsto Lang para la película) donde se fraguará un conflicto generacional y pasional entre Mel Ferrer, Kennedy y Marlene Dietrich. La magnífica escena en la que Altar cantará Get Away, Young Men será ejemplar en este sentido. La letra de la canción y el trasnochado vestido de la cabaretera evidenciarán que el tiempo ha pasado para ella y para Frenchy. Pero su aureola mítica fascinará aún a un vaquero tradicional como Vern que, por unos instantes, volverá a sonreír. Aunque el descubrimiento de una joya que pertenecía a la prometida del protagonista romperá la burbuja y Vern volverá a sus andadas, sospechando de todos los forajidos.


La obcecación vengativa del protagonista no será, sin embargo, premiada por Lang. Vern tiene sus razones y su comportamiento es comprensible, pero su lealtad no garantiza soluciones sencillas ni tranquilizadoras. En los años 50, las seguridades del western clásico ya habían dado paso a las dudas de un género casi crepuscular al que el director austríaco se acerca desde la distancia de quien conoce (y se cuestiona) sus mecanismos. Así, el vaquero como los falsos culpables, los viudos atraídos por jóvenes, los gángsters o las femmes fatales de otros filmes de Lang no es un personaje impoluto y se enfrenta a los mismos conflictos que todo ser humano. No es un héroe, sino un ciudadano de a pie superado por las circunstancias. Y en sus gestos se percibe el miedo de quien ya no tiene donde agarrarse. Ni tan siquiera en el amor de Altar Keane, una Dietrich contagiosa que, sin embargo, evidencia en su interpretación la fugacidad de la juventud y, a la postre, de las estrellas de cine.

Encubridora no es, pese a sus momentos brillantes y su conseguido tono áspero, una obra maestra, pero sí un trabajo significativo de las tensiones de su tiempo y, a su vez, una demostración de talento ante la ausencia de recursos económicos. Por ello y por el excelente trabajo con los personajes/actores merece un lugar privilegiado en la brillante trayectoría americana de Fritz Lang.

Texto publicado originalmente en la sección de dvds de Cinearchivo

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