Ensayista y poeta, Pier Paolo Pasolini alcanzó la mayor notoriedad artística a través del cine. Tremendamente popular e influyente durante su tiempo, fue quizás el último intelectual italiano capaz de condicionar decisiones políticas, sociales y eclesiásticas. En sus películas viene a reflejarse tanto su contradictoria visión del mundo como su voluntad de escribir la realidad a través de la lengua del séptimo arte. «La vida entera, en el conjunto de sus acciones es -decía Pasolini- un cine natural y vivo: ella es lingüísticamente el equivalente oral en su momento natural y biológico». Por todo ello, un filme pos-neorrealista como Mamma Roma sólo puede entenderse como un relato visceral de un microcosmos bien conocido por el cineasta italiano. Efectivamente, Pasolini vivió varios años en los suburbios de Roma y en su filme se palpa el sentir proletario y pordiosero que tanto le fascinó. En la periferia fue donde encontró, también, el material de su exitosa primera novela, Ragazzi di Vita, que, años atrás, le había permitido acceder al cine como guionista. No por casualidad, fue él quien escribió para Federico Fellini la maravillosa Las noches de Cabiria (1956), antecedente directo de la película que nos ocupa.
Segundo trabajo cinematográfico de Pasolini tras Accattone (1961), Mamma Roma es un filme de espacios vivos y personajes fuertes. Dos son los intérpretes que aguantan el peso de la narración: Anna Magnani (en el papel de la prostituta del título) y Ettore Garolfe (que conserva su nombre pila y es el hijo adolescente de la protagonista). Y uno es el entorno que comparten, un barrio periférico que condiciona su modus vivendi. El relato —sustentado en el choque generacional y social— transcurre mayoritariamente en exteriores, a pie de calle. La Magnani es una mujer de acción que —tras liberarse de su proxeneta— confía aún en la ascensión social junto a un hijo al que apenas conoce. Y Ettore es un bala perdida que, pese a reencontrarse con su madre, no parece capaz de trabajar o estudiar. Ambos han emigrado a la Roma del desarrollismo urbano, pero son incapaces de escapar de un pasado en el campo que les persigue.
En esa incertidumbre vital se inmiscuye la mirada de Pasolini que nada tiene de altiva y condescendiente para con sus dos personajes. Sin abusar de las frases grandilocuentes ni del esperpento, su guión es senzillo y espontáneo. Y la distancia de la cámara —generalmente recurriendo a planos medios— es siempre la adecuada. Si bien, a veces, el director italiano usa recursos estéticos un tanto demodé —los tres ralentís muy reveladores—, el gran logro de la película es ser un ente vivo, casi en bruto. Las elipsis abruptas dan fuerza a la evolución narrativa y la constante presencia de extraños planos subjetivos —que convierten la mirada de los protagonistas en la del espectador— viene a capturar la inquietud de unos personajes atrapados en un entorno urbano amenazador. Si a todos esos elementos propios de un cineasta visceral y realista, les sumamos las referencias a lo sagrado —Ettore atado en posición crística— y a lo poético —el desnaturalizado y digresivo plano secuencia en el que «Mamma Roma» pasea por la oscuridad a través de sus recuerdos—, tendremos ya un universo fílmico muy definido.
Un universo aún deudor del neorrealismo, pero propio de un cineasta con discurso moral y estético. Un Pasolini capaz de cerrar su segunda película con una mirada aterradora de Anna Magnani que expresa como pocas una revelación trágica, una toma de conciencia del entorno social.
Texto publicado hoy en la sección de dvds de Cinearchivo
2 comentarios:
Sr. Matamoro : saludos desde Argentina, he visto Mamma Roma, y lo que dice es atinadisimo, esa mirda final de Ana Magnani, aah es inolvidable!, como si se revelase ante ella la tragedia de la vida, su aspecto mas oscuro, y de alli su terror. La verdad que uno ``extraña``este tipo d epeliculas, deun cine ademas de sere steticamente hermoso,llevaba poesia a la pamntalla grande, a la gente, hoy pot hoy nada de eso queda, pero gracias al arte podemos revivir esos m0mentos gloriosos del septimo arte con directores como pasollini y Fellini, dos grandes de todos los tiempos.
Hola Alberto. Un saludo para las tierras argentinas. Pasolini era un verdadero poeta y conseguía imprimirlo en sus imágenes. No comparto su pesimismo ante el cine del presente, pero comprendo su postura ante la falta de nombres populares tan implicados con la sociedad como el director de Mamma Romma.
Le recomiendo que eche un vistazo a una película de otro clásico, Kenji Mizoguchi. Se llama La calle de la vergüenza y también tiene una mirada femenina de esas que quedan grabadas. Y es que, a veces, un plano dice más que mil palabras.
Saludos
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