lunes, 2 de febrero de 2009

El caso Park Chan Wook


Park: El ego del cyborg


Suele suceder cada tantos años; una filmografía “exótica” se pone de moda. Es lo que sucedió con Irán a principios de los 90 y es lo que ha venido sucediendo con Corea del Sur en lo que llevamos de siglo. Sin embargo, como acontece con todos los “hypes” críticos, este último auge tiene también fecha de caducidad y este fatídico día está, por mucho que nos pese, a la vuelta de la esquina; si es que no ha llegado ya. La reciente proliferación de cine oriental en festivales y carteleras europeas (que incluye, además de producciones coreanas, películas chinas, japonesas, indias e incluso filipinas y tailandesas) podría parecer una buena noticia, una sana normalización; pero, a nuestro modo de ver, es más bien un signo de adocenamiento, una señal inequívoca de acomodamiento a unas fórmulas probadas -y no tan lejanas a las hollywoodienses- que ya no tienen el riesgo de antaño y que resultan fácilmente asumibles por un público occidental mínimamente curtido. Nada hay de malo en cocinar propuestas accesibles -dentro del cine que entendemos como “comercial” están muchas de las mejores obras de la historia-, pero creemos que ha llegado el momento de distinguir el grano de la paja y de advertir que no todo lo que nos llega de Corea (ni de ningún país, así, en abstracto) es bueno o interesante.


Sin duda, entre todos los directores coreanos emergentes y eclécticos del siglo XXI (Lee Chang Dong, Hong Sang Soo, Kim Ki Duk, Bong Joon Ho), Park Chan Wook es el que mejor ha conectado con el gran público que, en líneas generales, ha aplaudido con entusiasmo su tan cacareada “trilogía de la venganza”; formada por tres títulos que, pese a compartir una temática de fondo, son bien diferentes entre sí: Sympathy for Mr Vengeance, Oldboy, Sympathy for Lady Vengeance. La primera (y mejor) de estas tres piezas tejía una compleja historia plagada de pliegues y digresiones que se formulaba en un thriller atípico, lánguido y seco, que en su feliz extrañeza no tuvo el éxito esperado en su país -Park venía de dirigir un blockbuster sobre la guerra de las dos Coreas, Join Security Area-, pero que sí supo plasmar las mejores virtudes de un cineasta formalmente exquisito que, en esta ocasión, no ofrecía soluciones reduccionistas a su relato y que, antes que epatar, prefería filmar preocupándose por la construcción de unos sugerentes encuadres fijos. Todo cambió, sin embargo, con Oldboy, su, hasta ahora, mayor éxito internacional. Ágil, acelerado y adictivo, este filme -premiado en Cannes y Sitges- resultó un verdadero puñetazo sobre la mesa en el panorama del cine de acción, pero, a su vez, nos reveló los primeros síntomas de un Park desatado, exhibicionista, fascinado por su abrumador poder visual. Algo que no advirtió casi nadie en su momento -gracias, en parte, al estupendo guión, a la interpretación del protagonista y a secuencias tan memorables y acertadas como el célebre travelling lateral en el pasillo-, pero que se concretaría en Sympathy for Lady Vengeance, una propuesta fallida que, pese a contener indudables puntos de interés, mostraba ya a un director narcisista, esteticista si se quiere; incapaz de dar con el estilo preciso para un relato que dejaba una cierta sensación de deja vu y que, pese a su ambigüedad, no tenía la complejidad de los dos filmes anteriormente citados.


Harto quizás de redundar en el mismo tema y de ser acusado de autoplagio, Park se implicó en una realización radicalmente diferente: Soy un Cyborg. Una película también errática, pero que, al menos, nos demuestra que estamos ante un cineasta inquieto; preocupado por otros campos que nada tienen que ver con el análisis visceral y psicológico de la violencia propuesto -sin cortapistas- en su “trilogía de la venganza”. ¿Qué sucede, entonces, en esta nueva película? Pues que el cineasta coreano parece haberse tomado un respiro y, aun habiendo planteado una narración más agradecida para con una mayor gama de espectadores -aquí todo sucede en un universo de duermevela entre la locura y los sueños-, ha articulado un rompecabezas colorista y evasivo que, más que abrumar o encandilar, desconcierta. Desde que aparecen los (geniales) títulos de crédito y se escucha la evocadora melodía de Yeong-wook Jo -que nos remite a las mejores composiciones de Danny Elfman-, uno se inmiscue en un microcosmos propio de Terry Gilliam o del mismo Tim Burton, pero pronto el efecto fabulador se diluye por una cierta gratuidad en la construcción dramática -pesada y arítmica- que, pese a recurrir al constante recurso dinámico de flashbacks e inesperadas secuencias oníricas -alguna de ellas es extraordinaria (aquella, por ejemplo, en la que la protagonista empieza a disparar en el sanatorio convencida de ser en cyborg)-, no consigue enganchar al espectador, desapegado a los pocos minutos de unos personajes débilmente definidos.


Es cierto que el diseño de producción -con predomino de fondos y vestidos rojos, verdes y blancos- es abrumador y que no se puede requerir a un filme libérrimo -recordemos que Park sigue, hasta las últimas consecuencias de su montaje, la (i)lógica de los sueños y de los desvaríos mentales- una narración convencional, pero el guión (incomprensiblemente premiado en Sitges) hace aguas por todos lados y no consigue sostener un relato suicida; un verdadero salto al vacío plagado de buenas intenciones, pero aún menos conseguido que el de otro filme con el que guarda algunos parecidos: Tideland, de Terry Gilliam. Aparecen también en Soy un Cyborg las huellas de otras dos célebres películas: Alguien voló sobre el nido del cucú y La ciencia del sueño. Ambas mucho más conseguidas que la propuesta que nos ocupa; un filme en el que el cineasta coreano tampoco se olvida de su creciente ego y tiende a un cierto barroquismo formal -ralentís, congelados, constantes travellings circulares- que en nada ayuda a la construcción de una relación íntima entre dos protagonistas que, pese a resultar unos entrañables outsiders en busca de un lugar en un mundo mecanizado, nada hacen para que sintamos empatía por ellos. Una verdadera lástima.


Artículo publicado en Cinearchivo


2 comentarios:

Diego Faraone dijo...

Si bien es verdad que sus últimas pelis no llegan al nivel de su obra anterior, Park tiene el talento y los recursos como para volver a entregar otra película mayor.
El detrimento de calidad es algo que le sucede hasta a los mejores cineastas. Conservo la esperanza de que pronto volverá a sorprendernos.
Gran abrazo.

Pd. Justo leía en la asiateca sobre The anarchists, película guionizada por Park y que ya presentaba muchos de sus rasgos estilísticos. Suena muy bien.

Carles Matamoros dijo...

Hola faraway,

Yo también confío en Park, pero quedé muy decepcionado con esta última. Está claro que el talento narrativo está ahí. Sólo falta que su próximo proyecto personal -quizás apoyado por un guión ajeno- se adapte bien a su forma de planificar y filmar. Algo que no sucede en Soy un Cyborg.

Sin ir más lejos, la peli de terror que prepara tiene muy buena pinta. De Anarchists no sabía nada...habrá que estar a la expectativa. Esperemos que no deecaiga como el pobre Km Ki Duk...

Un abrazo