Quizás Sad Vacation (vista en el BAFF) sea una pequeña decepción tras la estimable Crickets, pero sigue mostrándonos a un director juguetón y desmesurado. Un pequeño genio responsable de dos filmes extraordinarios, Eureka y Eli Eli Lema Sabachtani?. De este último -una suerte de fábula de ciencia ficción ruidista-os dejo un texto que publiqué en el especial de cine y música para Miradas de Cine.
Paisajes sonoros
1. Introducción
Mirar en vez de ver. Ése es quizás el mayor cambio que el espectador de cine clásico tuvo que experimentar ante la llegada de la modernidad. Escuchar en vez de oír. Ése el esfuerzo que Shinji Aoyama nos pide al afrontar cada una de sus películas. Eli Eli Lema Sabachtani? (Eri Eri rema sabakutani, 2005) es, hasta ahora, su trabajo cumbre en este sentido. Porque es el filme en el que el director japonés lleva más lejos su obsesión por el sonido. Hasta el punto de crear una pieza de orfebrería extrema en la que son las resonancias, la música y las distorsiones las que da sentido a las (bellísimas) imágenes.
En Eureka (Yurîka, 2000), la obra maestra de Aoyama, el preciso trabajo con los sonidos ambientales ya era muy llamativo. Pisadas, insectos, automóviles...todo el entorno parecía engullir al protagonista y ubicaba al espectador en un universo hipnótico. Lo mismo sucedía parcialmente en filmes pequeños como Crickets (Kôrogi, 2006) o Mike Yokohama: A Forest with No Name (Shiritsu tantei Hama Maiku: Namae no nai mori, 2002). Trabajos en los que los ruidos también condicionaban considerablemente las acciones de los personajes —en la primera, el revelador mundo acústico permitía orientarse a un anciano ciego; en la segunda, los enigmáticos sonidos del bosque afectaban a un detective perturbado por una secta—. Aunque, en ningún caso, estas películas conseguían el efecto que produce Eli Eli Lema Sabachtani?, un filme-oasis en el que Aoyama da rienda suelta a las fugas narrativas y a la abstracción, convirtiendo su pasión por la música en el eje central de la película.
2. Proceso
Los protagonistas del filme son, precisamente, dos músicos. Ambos conforman un dúo de rock ruidista que arrasa entre la juventud japonesa y que, al parecer, consigue frenar la enfermedad que está acabando con la población de todo el mundo. El apocalipsis se acerca por la inexplicable extensión del síndrome de Lemming —que se instala en el sistema nervioso y provoca el suicidio de quien lo padece—, pero Mizui (Tadanobu Asano) y Asahara (Masaya Nakahara) siguen adelante con su búsqueda de nuevos sonidos en un entorno áspero y en plena desintegración. Su labor es la de unos Einstürzende Neubauten posmodernos. Si el grupo alemán supo descubrir melodías inauditas en los restos industriales del Berlin de los 80, este par de japoneses encuentran instrumentos entre los objetos desechables de un decadente futuro inmediato (la película se ubica en el 2015). Mangueras, hortalizas, barajas de cartas, ventiladores,...todo sirve para configurar sinfonías que den sentido a unas vidas sin futuro.
El meticuloso proceso creativo de ambos es tanto el leit-motiv de su existencia como el de la primera mitad de la película. Dejándonos llevar por una evocadora melodía clásica de Hiroyuki Nagashima, seguimos a Mizui y Asahara en su devenir por bellos paisajes deshabitados y descubrimos que incluso en las situaciones más extremas es posible encontrar la belleza. Las grandes composiciones musicales, sin embargo, no surgen de la nada. Requieren un ensayo, una mezcla, un esfuerzo. Y eso es lo que Aoyama nos muestra en la magnífica secuencia en el estudio de grabación. Aislados del mundo, sin apenas preocuparse por la presencia de la muerte, los dos músicos se toman su tiempo e improvisan con un ordenador que permite dar rienda suelta a su imaginación. Entonces, la cámara, con un largo plano fijo-detalle, se centra en lo que parece ser una anacrónica tabla de mezclas y Mizui empieza a crear con sus manos. Juega con los botones, amplia los sonidos y con un arco de violín saca provecho a una cuerda tensada. El resultado, tras varios minutos, es fascinante y, de repente, despierta la comprensión del espectador hacia unos personajes arrastrados por el irrefrenable poder de la música. El gran momento sirve también a nivel temático. Porque permite escenificar a Aoyama el segundo gran planteamiento de su pelícua, aquél que versa sobre la misteriosa capacidad del arte para transformar a las personas.
3. Salvación
Que la música puede salvar vidas es algo que algunos ingenuos seguimos pensando. Aunque ya en la época de la mitología clásica, Orfeo pretendió rescatar a Eurídice del inframundo mediante canciones tristes. En Eli Eli Lema Sabachtani?, los protagonistas gozan de su búsqueda musical, pero no confían demasiado en su presunta condición mesiánica. Sin embargo, la llegada de Hana (Aoi Miyazaki), la nieta de un millonario afectada por el síndrome, cambiará la opinión de Mizui, desamparado tras la dolorosa muerte de su único amigo. El encuentro de la joven con el compositor será el de la escéptica con el convertido. La fe en la música, sin embargo, acabará alcanzando a Hana que, tras un ritual catártico, creerá también en la fuerza del arte. Vendada de ojos y guiada sólo por sus oídos, la paciente será golpeada por la brutal interpretación de su sanador. La potencia de una desfasada guitarra eléctrica —en perfecta comunión con los sonidos del paisaje— será suficiente para obrar el milagro. Y la joven, más que curada, se sentirá liberada de sus miserias, agradecida por ser capaz de volver a disfrutar de la vida.
Esta ceremonia purificadora —que el director muestra en una secuencia videoclipera un tanto afectada y pretenciosa— tiene algo de esencial, de primigenia. Preciso analista de la sociedad japonesa, Aoyama parece pedir al espectador un cambio de actitud, un despertar del sueño del conformismo y el bienestar. Las disputas humanas, las preocupaciones mundanas o la constante insatisfacción vital nos han llevado a un callejón sin salida. Y sólo volviendo al origen —nos sugiere el cineasta— podemos reencontrarnos con nosotros mismos. Ya en la búsqueda de los dos músicos —que ansían registrar la sinfonía fascinante del mar, igualar los sonidos de la naturaleza— hay algo de esta añoranza del paraíso perdido. Una nostalgia que otros directores como Terrence Malick (El Nuevo Mundo) o Thomas Bangalter y Guy-Manuel De Homem-Christo (Electroma) también parecen sentir.
Desconocemos plenamente las intenciones de Aoyama, pero sí percibimos que tras las sonidos de Eli Eli Lema Sabachtani? hay una reflexión profunda que plantea preguntas y abre caminos. ¿Son el existencialismo y el panteísmo respuestas válidas ante la alienación social? Tampoco lo sabemos, pero, no por ello, afrontar el cine de este director japonés nos deja de parecer una experiencia sugerente, tan gozosa y abstracta como una melodía que susurra nuestros oídos y nos cambia para siempre.
3 comentarios:
Me estrené con Aoyama precisamente en esa sesión del BAFF de la que hablabas en la que presentó "Sad vacation" y la verdad es que me pareció una buena película. Sin duda, sabiendo que recomiendas las anteriores, tiraré del videoclub mula para echar un vistazo a filmografía anterior.
Saludos y ánimos en esta nueva andadura! ;)
Gracias por los ánimos. Esto va a ser bastante pequeñito al princio, pero espero que crezca a medida que tenga más tiempo libre. tu link seguro que anima a curiosos!
Y las dos pelis que cito de Aoyama son fácilmente emulables. Eureka te gustará só o sí. La otra es mucho más peculiar...
Eli Eli es una película muy especial, sobretodo por el tratamiento del sonido, que alcanza momentos espectaculares. Hace años que la vi en Sitges, todavía oigo/siento el caer de la baraja de cartas, el ritmo del viento, de los desechos de la playa... la música siempre será nuestra salvación ! :) y si es con la que él nos propone, todavía más. Al fin y al cabo, la música tan solo es imitación de la naturaleza. Me gustó leer tu artículo. Enhorabuena por la web.
Publicar un comentario