jueves, 21 de mayo de 2009

BAFF...Un paseo por Oriente


Mientras la cinefilia mundial se concentra en Cannes y celebra los nuevos títulos de Tarantino, Resnais, Cavalier o Bellochio...algunos nos quedamos en casa confiando en que todos estos fotogramas lleguen algún día a nuestras pupilas. De mientras, disfrutamos de jugosos eventos como el reciente BAFF que sirven tanto para recuperar joyas desperdigadas de la pasada temporada como para ver títulos ignorados por los grandes festivales.

En Cinearchivo he publicado una crónica sobre lo que puede visionar. Algunas pelis se quedaron en el tintero, pero espero que el texto sirva de orientación para quien quiera recuperar alguno de los filmes proyectados. Entre ellos, Nanayo de Naomi Kawase que volverá a proyectarse en la Mostra Internacional de Films de Dones de Barcelona.

Espero que el texto que os dejo (publicado originalmente en Cinearchivo) sea de vuestro interés.

Asia hay más que una

No me gusta clasificar el cine. Ni por nacionalidades. Ni por géneros. Ni tan siquiera por autores. Soy conciente que, por más que uno lo intente, es difícil huir de este tipo de prejuicios y generalizaciones. Pero procuro, dentro de lo posible, escapar de ellos. Porque describir acertadamente el estado actual del cine asiático (o de cualquier otro continente) a partir del visionado de una veintena de filmes anuales es tan absurdo como iluso. En parte por ello, me gusta el BAFF. De acuerdo, es un festival pequeño que aprovecha el filón (aún considerable) de toda producción oriental, que se ve limitado por lo ajustado de su presupuesto y que, en ocasiones, no programa algunos de los títulos más representativos de la temporada. Pero, ante todo, es un evento que (casi) no entiende de tendencias y que se limita a seguir sus propios criterios de selección para configurar una programación heterogénea donde no sólo se dan cabida los autores asiáticos más aclamados (de Takeshi Kitano a Jia Zhang Ke) sino también las nuevas promesas y toda una serie de producciones representativas de países de los que apenas conocemos su historia reciente (de Malasia a Indonesia) y mucho menos su cinematografía. Por ello, visitamos la onceava edición del BAFF más en busca de sorpresas que de confirmaciones, más a desaprender que a consolidar nuestras presuntas certezas como espectadores.


Limitados por lo apretado de nuestra hoja de ruta, nos vimos obligados a descartar dos de los espacios más osados del festival (el Focus Sudeste Asiático y Emergentes), pero pudimos seguir fielmente la sección oficial competitiva y recuperar, ocasionalmente, algunos de los títulos orientales más llamativos del último año (vistos, principalmente, en Cannes, Venecia, Tokio o San Sebastián) agrupados en la Asian Selection. En esta última sección encontramos, precisamente, el acontecimiento cinéfilo más relevante de esta edición: el estreno europeo (con el apoyo de la Mostra Internacional de Films de Dones de Barcelona) de Nanayo, la última película de la exquisita directora japonesa Naomi Kawase. No vamos a negar la sorpresa que nos produjo la inclusión (casi en exclusiva) de este nuevo trabajo en un evento tan modesto como el BAFF. Después de la buena acogida internacional de El bosque del luto (ganadora del Gran Premio del Jurado en Cannes 2007), todo indicaba que algo inaudito había sucedido y que nos íbamos a encontrar con un título fallido, con un bajón en una carrera impecable. Nada más lejos de la realidad. Pues aún estando lejos de su indiscutible obra maestra -Shara (2003)-, Nanayo es una película altamente estimulante en la que Kawase no sólo abandona su Nara natal (por Tailandia) sino que intenta dar un paso más allá dentro de una filmografía (la suya) que corría el riesgo de saciarnos por un exceso de belleza. El interés reside aquí -más que nunca- en una estética que sobrepasa a una fina historia (alrededor de la pérdida y de la desorientación existencial) que se va construyendo a medida que transcurren los minutos a través de miradas, conversaciones intrascendentes y considerables flashbacks y flashforwards que dan forma a unos personajes reunidos en un espacio paradisíaco. Lo abrupto de algunas secuencias explicativas -sobre todo en lo referente al pasado del personaje del taxista- rompe la armonía de una película tan desigual como viva en la que la realizadora sabe capturar en planos cerrados la intimidad de los cuerpos, ofrecer una mirada fresca y detallista (casi documental) de la realidad circundante y arrastrar al espectador (gracias al medido uso del sonido ambiente y de la música) a un estado de tránsito donde lo onírico y lo real (la naturaleza, el pasado) se entrelazan en imágenes despejadas de imposturas que quedan retenidas para siempre en nuestras retinas.


En Plastic City, quizás la película más incomprendida de la sección oficial, el prestigioso director de fotografía Yu Lik-Wai rompe con la austeridad de su escasa filmografía anterior (que incluye la discreta Love Will Tear Us Apart) y propone un auténtico salto al vacío formal y estructural donde, progresivamente, una rutinaria historia de gángsteres en Sao Paulo -con el hongkonés Anthony Wong terriblemente doblado al portugués (¡!)- se va deconstruyendo hasta convertirse en un filme de múltiples texturas, tan enloquecido como estilizado, en el que el cineasta toma la pantalla como un tapiz para expresar sus ingeniosas (y desbordantes) ideas estéticas. El resultado es tan fallido como apasionante. Pues puede que, según los cánones clásicos, Plastic City adolezca de una trama incoherente, pero, en su tramo final, logra plantear una desaforada dualidad entre dos protagonistas atrapados en un espacio alucinógeno que nos remite tanto al barroquismo de Izo como al chamanismo de Tropical Malady. Menos suspicacias despertó la deliciosa All Around Us, nuevo trabajo del injustamente desconocido realizador japonés Ryosuke Hashiguchi que, en esta ocasión, plantea un filme formalmente impecable, basado en la fuerza de los planos fijos y en la interpretación de los dos (únicos) protagonistas, una pareja a la que veremos evolucionar (a través de un amplio abanico temporal) frente a nosotros y en sus tiempos muertos. Sin subrayar y sin enfatizar (aunque quizás pecando de un cierto abuso del hastío), Hashiguchi describe los tiras y aflojas de dos individuos corrientes que se enfrentan a lo absurdo de la vida mientras intentan conservar su relación. Una relación amorosa que, en vez de desintegrarse, va mutando sutilmente frente a la cámara, dejándonos un poso emocional de resonancias rohmerianas; un esbozo naturalista, irónico y a ras de suelo.



La contención de All Around Us dio paso a las pasiones desatadas de Ocean Flame, el segundo filme de Liu Fendou, ganador del BAFF 2004 con su ópera prima Green Hat. No estamos, en este caso, ante una película redonda y sí ante un trabajo que denota -en algunos movimientos de cámara- un cierto ombliguismo autoral. Pese a ello, Fendou logra atrapar la fragilidad de toda relación íntima y, a su vez, entremezcla el melodrama con el thriller sin que la fuerza de su avasallador relato se vea apenas afectada. Hay algo de emocionante, de físico, en las secuencias filmadas en la playa donde la pasión de dos cuerpos choca con la paz que transmite el sonido del mar. Sólo por esos breves instantes, la película ya merece ser visionada. Algo que no podemos decir de la discretísima Echo of Silence. Sin lugar a dudas, la obra más floja de la competición oficial. La citada película -torpe y cansina- significa el debut tras las cámaras del actor japonés Atsuro Watabe y pretende ser un retrato (sosegado y poético) de una fugaz historia de amor en los paisajes nevados de la región de Hokkaido. La presuntamente dolorosa relación afectiva entre una joven desorientada y un chico mudo transmite más sopor que emoción. Y en ningún momento parece que el realizador sepa el porqué de sus arbitrarias decisiones formales tanto en el modo de filmar como en el uso gratuito de los ralentís y de los subrayados musicales.


Más conseguida resultó, en cambio, la coreana Breathless, otro debut de un intérprete (Yang Ik-June) que cumplió (esta vez, sí) parcialmente con las expectativas. Aclamada en el último Festival de Rótterdam y bien recibida aquí por el respetable, la película logró llevarse, además, el máximo galardón de este BAFF: el Durián de Oro a la mejor película de la sección oficial. Partiendo de una tesis elemental: “la violencia engendra violencia”, Yang propone un filme esencialmente físico en el que la cámara se adhiere al cuerpo de unos actores en constante tensión dramática. De una sangrante brutalidad, la película esboza una mirada inesperada sobre la violencia de género y, sin llegar a deslumbrar, consigue huir de los clichés y la moralina. Aunque, a la postre, el retrato de Yang se vea perjudicado por lo irregular de su estructura y por el poco convincente uso de los flashbacks explicativos. Ligeros desajustes de un filme sólido, pero indudablemente sobrevalorado por ciertos sectores de la crítica. Algo que también es aplicable a la interesante Serbis, la nueva película del cada vez más reconocido Brillante Mendoza; quizás el cineasta más accesible dentro de la nueva hornada de autores filipinos (donde se encuentran los radicales Lav Diaz y Raya Martin) que pueblan el cambiante mundillo de los festivales cinematográficos. Mendoza parece seguir aquí la estela del Tsai Ming Liang de Goodbye Dragon Inn en su intento de describir los nuevos hábitos de los (escasos) espectadores que aún asisten a unas salas de cine en indudable decadencia global. Sin alcanzar las cotas formales del cineasta malayo, el realizador filipino apuesta por una fotografía granulada y de colores vivos con la que transmite una cierta “estética de la pobreza” que genera una reacción ambivalente en el público. Sin definirse demasiado respecto a los actos de sus protagonistas, Mendoza logra, por lo demás, una película ágil en la que un espacio muy concreto (un destartalado y laberíntico cine porno) sirve de puesta en escena para las idas y venidas de una familia en creciente tensión. Los inesperados golpes humorísticos y el astuto uso del sonido diegético procedente del exterior ayudan a la construcción de un filme de pequeños logros que, pese a las buenas intenciones, fracasa en su intento de mostrar el fin materialista del cine (algo que queda patente en un cierre abrupto que evoca fallidamente la resolución de Carretera asfaltada en dos direcciones). Galardonada, pese a sus defectos, con el preciado premio Cinematk (que garantiza la distribución de la película en España), Serbis despierta, al menos, controversias por su osadía y por su escaso pudor en el retrato de cuerpos desnudos y de espacios decadentes.


Apenas conocidas antes de su proyección en el BAFF, otras tres pequeñas películas (bien distintas entre sí) despertaron nuestro interés cinéfilo en una sección oficial con un nivel general más que aceptable. Se trata de Blind pig who wants to fly, Parking y Sell Out!. La primera es el curioso debut del cortometrajista indonesio Edwin que construye un filme a medio camino entre la excentricidad y la ternura en el que múltiples set-pieces hilvanadas al son del “I just called to say I love you” de Stevie Wonder sirven para esbozar un puzzle, a ratos catártico, a ratos desconcertante, en el que se satiriza sutilmente la estigmatización gubernamental y social a la que se ha visto sometida la minoritaria comunidad indonesia de origen chino. La segunda, Parking, es una relectura taiwanesa de la emblemática Jo, qué noche! de Martin Scorsese en la que el debutante Chung Mong-Hong cumple con lo que promete y nos ofrece una cinta ágil y ligera donde lo estrambótico apenas se encuentra con lo melodramático. Sin el efecto sorpresa de la original estadounidense, la pieza deja, ante todo, un buen regusto en el paladar del espectador ávido de un divertimento tan intrascendente como desternillante. La tercera, Sell Out!, fue, seguramente, la cinta sorpresa de esta edición por su convincente parodia del cine de autor, de los reality shows y de la invasión anglófila del sudeste asiático. Dirigida por el malayo Yeo Joon, la (irregular) película propone también un juego metalingüístico y deliberadamente pop en el que tienen cabida tanto las coreografías más ridículas (¡estamos ante un musical sui generis!) como los diálogos más absurdos, dignos de un Beckett catódico (o catatónico).


Sin apenas tiempo para paladear todos estos filmes sugerentes ni para visionar algunas de las propuestas más atrevidas de las secciones paralelas (Now Showing, de Raya Martin, Love Exposure, de Sion Ono o The Blue Generation, de Garin Nugroho), nos vimos obligados a dejar una nueva edición del BAFF. Lo hicimos, sin embargo, satisfechos por la buena salud de un certamen que, año tras año, confirma que sigue existiendo un público inquieto y exigente; atraído por algo más que por el cine estrenado en salas comerciales o por los aromas exóticos (y superficiales) procedentes de Asia. Un espectador maduro que no sólo aprecia a los grandes nombres seleccionados (este año se proyectaron Still Walking de Kore-Eda, Achilles and Tortosie de Kitano y 24 City de Jia Zhang Ke) sino que valora el atrevimiento y se acerca a un festival en busca de nuevas sensaciones, de nuevas miradas hacia a un mundo cada vez más inabarcable. Incluso para un arte tan universal (y, a su vez, local) como el cine.


3 comentarios:

Roberto A. O. dijo...

Carles, tu enlace remite ahora a Cannes.

Saludos

Carles Matamoros dijo...

Gracias Roberto...Ahora lo cambio. Es lo que tienen los enlaces no permanentes...

Roberto A. O. dijo...

Lo que jode es que no encuentre otra opción para acceder a él dentro de la web. En fin, gracias por ponerlo en el blog. Me dispongo a leerlo.

Saludos