Fantasmas vacacionales
Es ya un lugar común crítico: Michael Winterbottom es un cineasta ecléctico. Para sus detractores, un autor sin sello. Para sus defensores, un director que sabe moverse con soltura en todos los géneros. Para mí, un tipo que pertenece a la estirpe de los realizadores imprevisibles; a la línea de creadores que, aún no encontrándose en nuestro olimpo particular, conservan siempre la capacidad de sorprenderte, de desmontar tus inevitables prejuicios y de provocarte reacciones variopintas que van del absoluto rechazo (Nine Songs) a la admiración incondicional (Code 46).
Admito que, antes del visionado de Génova, no las tenía todas conmigo. La carrera del director británico había entrado en un terreno peligroso: el del mal llamado «cine social», el espacio presuntamente multicultural donde trascurren unos filmes que, tras unas reivindicaciones nobles, suelen esconder una mirada ingenua, sesgada y aburguesada frente a una serie de conflictos que se nos escapan. Nunca he pensado que el cine deba ser una herramienta para limpiar conciencias y menos con producciones tan maniqueas y acomodadas como Camino a Guantánamo o Un corazón invencible. Precisamente, el éxito de estos dos títulos citados invitaba a los malos augurios y presagiaba un futuro conservador para la carrera de Winterbottom, un cineasta que podría encontrar fácil acomodo en el stablishment de los defensores de las causas perdidas. Por fortuna, Génova demuestra que los prejuicios no son más que intuiciones precipitadas y que tras las cámaras aún se encuentra el joven realizador inquieto y juguetón que descubrimos en Wonderland. (Seguir leyendo en Cinearchivo)
Es ya un lugar común crítico: Michael Winterbottom es un cineasta ecléctico. Para sus detractores, un autor sin sello. Para sus defensores, un director que sabe moverse con soltura en todos los géneros. Para mí, un tipo que pertenece a la estirpe de los realizadores imprevisibles; a la línea de creadores que, aún no encontrándose en nuestro olimpo particular, conservan siempre la capacidad de sorprenderte, de desmontar tus inevitables prejuicios y de provocarte reacciones variopintas que van del absoluto rechazo (Nine Songs) a la admiración incondicional (Code 46).
Admito que, antes del visionado de Génova, no las tenía todas conmigo. La carrera del director británico había entrado en un terreno peligroso: el del mal llamado «cine social», el espacio presuntamente multicultural donde trascurren unos filmes que, tras unas reivindicaciones nobles, suelen esconder una mirada ingenua, sesgada y aburguesada frente a una serie de conflictos que se nos escapan. Nunca he pensado que el cine deba ser una herramienta para limpiar conciencias y menos con producciones tan maniqueas y acomodadas como Camino a Guantánamo o Un corazón invencible. Precisamente, el éxito de estos dos títulos citados invitaba a los malos augurios y presagiaba un futuro conservador para la carrera de Winterbottom, un cineasta que podría encontrar fácil acomodo en el stablishment de los defensores de las causas perdidas. Por fortuna, Génova demuestra que los prejuicios no son más que intuiciones precipitadas y que tras las cámaras aún se encuentra el joven realizador inquieto y juguetón que descubrimos en Wonderland. (Seguir leyendo en Cinearchivo)
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